La afición blanca le señala porque, ante el Barça, nunca demuestra nada

Cristiano Ronaldo, en el disparadero

El clásico traerá cola con CR7. El madridismo le culpa por no liderar a su equipo y el jugador ya está al límite por perder simpre ante los mismos

Alejandro Alcázar

El Santiago Bernabéu señaló a Cristiano Ronaldo el sábado por su actuación en el clásico. Era su octavo encuentro ante el Barcelona desde que defiende la camiseta del Real Madrid y acabó silbado por una afición cansada de su 'estrellita'. El madridista está harto de esa desmesurada ambición que desborda su ansiedad y que convierte en desacierto. Una actuación que arrastró al equipo a la derrota como demuestran sus errores puntuales ante Valdés. Fallos que desesperan al madridismo, molesta por su egoísmo. Su individualismo convierte al ataque blanco en previsible, en estéril. Se empeña en regates en estático cuando su fuerte es desafiar al rival en carrera.

La grada del Santiago Bernabéu fue del run-run a pitarle cada vez que Cristiano Ronaldo intervenía en el juego. El madridismo empieza a cansarse de su egoísmo, de la ceguera de un entrenador que lo mantiene en el campo siempre sin buscar alternativas cuando su súper estrella no tiene el día. Y el sábado fue uno de esos partidos en los que lo mejor para su equipo hubiese sido sustituirle. Transmitió impotencia al entorno por esa insistencia cansina en colgarse la gloria al cuello en forma de gol. Cuando encara el área le da lo mismo que un compañero esté situado mejor, que él lo intenta ya sea en el uno contra uno o disparando a la portería.

El portugués tuvo en sus pies el 2-0 (24¿) que hubiese puesto cuesta arriba el partido a los blaugrana. Un balón franco al borde del área, tras una exquisita asistencia de Benzema, que mandó muy desviado de la portería defendida por Valdés. Tenía a Di María solo a su derecha, pero decidió tirar. Lo que no le perdonó la afición blanca fue un remate de cabeza franco que mandó fuera solo ante el portero del Barcelona con 1-2 en el marcador (64¿). Además, el portugués lanzó tres libres directos desde el borde del área: dos las estrelló contra la barrera y la tercera la despejó con los puños Valdés. Cristiano Ronaldo tuvo el partido en sus botas, pero falló otra vez contra el Barcelona.

Esta es la historia del portugués en los clásicos. La excepción a la regla fue en la final de la Copa del Rey de la temporada pasada, en la que consiguió el gol del triunfo en el tiempo suplementario. Un tanto que valió un título, pero demostró que necesita 102 minutos de partido para meterle un gol al Barça.

Ocho clásicos y dos goles, uno de penalty y otro en la prórroga a los 102 minutos de partido parecen muy poco para un futbolista cuyo mejor registro es el goleador. Amén de actuaciones mediocres con un fútbol alejado al que suele desplegar. El líder del Madrid se apaga siempre ante el Barça y, lo que es peor, arrastra a todo un equipo tras de él por culpa de ese afán de notoriedad, de egoísmo, de individualismo que la grada madridista le reprochó. Un triunfo, dos empates y cinco derrotas ha cosechado el Real Madrid ante el Barcelona desde que fichó a Cristiano Ronaldo por 94 millones de euros.

La prensa madridista también se cebó con el icono blanco hartos de su impotencia para liderar triunfos ante el Barça. Ahora ha quedado claro que está a años luz de un Messi que le superará con creces en el Balón de Oro. Cristiano no puede. No da más de sí en este tipo de encuentros y su ansiedad le consume hasta límites insospechados. Él mismo se siente un segundón incapaz de ganarle algo al máximo rival y superar a Messi en algún partido... y está a punto de dimitir.

Cristiano está cansado ya de no ganar nada en el Madrid, salvo un título menor de Copa del Rey. Su entorno comienza a tener claro que su carrera se viene abajo por su fijación con el Barça y por sus continuos ridículos. Puede ser el máximo goleador, puede batir récords de `hat tricks¿, pero aquí nunca será el mejor del mundo ni vencerá campeonatos de primer nivel. Se siente derrotado y los pitos de la afición podrían abrir un hueco de consecuencias imprevisibles. El portugués ya es el jugador más odiado en los campos de toda España y, si pierde el cariño de los suyos, solo le quedará un camino, que es irse. Como no sea capaz de remontar el vuelo esta temporada, su idilio con el Madrid puede explotar en mil pedazos.