Con la sombra del período negro

Brasil no conquistó el Mundial entre 1970 y 1994, 24 largos años de oscuridad que ahora sobrevuelan sobre un equipo que no gana desde 2002

Brasil levanta la copa en Corea y Japón 2002

Brasil levanta la copa en Corea y Japón 2002 / EFE

Adrià Soldevila

Adrià Soldevila

De la precocidad a la veteranía hay solo un paso. Una corta distancia, tan estrecha que te permite tener la misma capacidad de un extremo al otro para destrozar equipos con una media de edad equilibrada y para convertirte en campeón del mundo. No importa si tienes 18 años o ya sumas 34. Tus opciones siguen intactas. De hecho, Lionel Messi es el futbolista que acumula más focos a un día de que arranque el Mundial de Catar.

Tiene 35 años, está en un momento de forma excepcional y un país entero se ha entregado a su figura. Argentina depende de su jugador de campo más veterano, solamente superado por el portero suplente Franco Armani (36). Nadie debate hoy si la edad de Messi es un problema. En 1994, Brasil levantó la Copa del Mundo al cielo de Los Ángeles. El Rose Bowl coronó al campeón más veterano de la historia de los Mundiales sin que los años acumulados por el plantel dirigido por Carlos Alberto Parreira hubiese significado un impedimento para competir contra selecciones de la talla de Italia o los todopoderosos y brillantes Países Bajos de Rijkaard, Koeman, Winter o Bergkamp.

Aquella Brasil conquistó el torneo de los Estados Unidos con una media de edad de 28,2 años, la más alta hasta entonces. Rebobinando la cinta, viajando 24 años en el tiempo, la ‘Canarinhafue campeona con la media más joven. La mejor Brasil de la historia fue también la más inexperta. Pelé tenía ya 29 años, pero sus acompañantes en el campeonato de México de 1970 no gozaban de tanta madurez como el mejor jugador del planeta. Esa selección conquistó el título con una media de 24,3 años, la más baja de la historia.

Las ‘edades’ de la Brasil campeona en 1970 y en 1994 no solamente ilustran un dato más o menos determinante, a la vez que curioso. Esas grandes diferencias evidencian un radical y definitivo cambio de ciclo destinado a cerrar el período más oscuro de la selección pentacampeona. Desde que venciera por primera vez en Suecia’58, ya con Pelé en el césped, nunca pasó tanto tiempo sin ganar. Desde México’70 a Estados Unidos’94 pasaron 24 largos años y eliminaciones dolorosas como las de Argentina, en 1978, o España, en 1982; en ambas ocasiones fueron apeados por las futuras campeonas: la propia Argentina y la sorprendente Italia de Rossi. 24 años que se convirtieron en una tortura y que acabaron en un grito, no solo de alegría, sino también de liberación tras una sequía insufrible.

De Pelé a Ronaldo

Ronaldo Luís Nazário fue campeón en 1994. Lo fue también en 2002 en Corea y Japón siendo el líder indiscutible –y ya veterano– de un elenco al que no le faltaban estrellas: Ronaldinho, Rivaldo, Cafú o Roberto Carlos. Pero aquel Ronaldo de 1994 no jugó. El ‘Fenómeno’ no participó en la reconquista del trono. No saltó al césped ni un solo minuto de juego. Aquella selección, la más veterana proclamada campeona hasta que Italia igualó el récord en 2006, convocó a un joven de 17 años que a lo largo del tiempo se convertiría en el mejor del mundo. Como lo fuera Pelé. Y como lo sería posteriormente Ronaldinho. Aquel Ronaldo cogería las riendas de la ‘Canarinha’, pero no lo haría en 1994. En los Estados Unidos, Romário, Bebeto, Dunga y el histórico portero Taffarel ejercieron de comandantes bajo una presión asfixiante. Hacía 24 años que la siempre triunfante Brasil no ganaba el Mundial.

Aquellos futbolistas, al igual que el seleccionador Parreira, se enfrentaron y vencieron al peso de la historia. Levantaron la copa e hicieron sonreír a un pueblo sumido en una grave crisis social. “Una victoria no sacará a Brasil de la pobreza ni arreglará sus problemas, pero le daremos una alegría. Hoy es un pueblo de mucha tristeza”, reconoció el centrocampista Mauro Silva antes de disputar la final ante Italia. Incluso el presidente del país, Dietmar Franco, decretó un día de fiesta tras la victoria en Los Ángeles: “Es muy importante para que Brasil recupere su autoestima”. Días antes, en la previa de la final, Mauro Silva también reconoció la presión a la que se estaba sometiendo a una selección obligada a ganar. “La presión es la misma que tuvimos contra Rusia cuando debutamos. El entorno nos ha planteado cada choque como un examen, como una final, como un camino sin otra salida que la victoria”, espetó horas antes de enfrentarse a la Italia de Maldini, Baresi o Roberto Baggio. Pero lo lograron. Casi un cuarto de siglo después, Brasil volvió a ganar.

Nada tuvo que ver, sin embargo, el fútbol con el que la ‘Canarinha’ levantó la copa en 1994 con el exhibido en 1970 en México. Medio planeta criticó la formación de Carlos Alberto Parreira, sobre todo en Italia, tras una final que se decidió por penaltis. Sí, por aquel penalti que lanzó fuera Baggio. “Los Mundiales del calor y la mediocridad nos entregan a Brasil”, escribió La Stampa.

Brasil estuvo lejos de su mejor versión, de aquella con un fútbol atractivo y alegre. Fue una Brasil pragmática. Sin luz. “Si exceptuamos a Romário ya nadie regatea en Brasil, cuando el regate para un jugador brasileño es parte de su forma de vida. No hay imaginación por afuera. Ninguno de los volantes desborda y sin Leonardo, los laterales tienen llegada (sobre todo Jorginho) pero no son capaces de inventar nada”, escribió el exjugador, exentrenador y escritor Ángel Cappa en el diario El País la mañana siguiente a la final. También fue contundente el periodista Santiago Segurola en el mismo periódico: “La final traicionó el espíritu de un torneo que comenzó con un fútbol grande y acabó con un juego tacaño. […] Ganó Brasil con un equipo chato, perfectamente olvidable si no fuera, por la presencia de Romário”. Precisamente, el mismo Romário tampoco indultó a Parreira. El que todavía era delantero del Barça atizó al seleccionador pese a haber sido titular, haber marcado cinco goles y haber sido proclamado el jugador más valioso del torneo: “El torneo habría sido más fácil si Brasil hubiera jugado con tres delanteros en lugar de dos”.

En Catar se cumplirán 20 años del último Mundial ganado por Brasil, a una sola edición de su récord negativo

 Dos décadas sin título

De 1970 a 1994 pasó una eternidad. Para un equipo acostumbrado a ganar, no hacerlo durante tanto tiempo es como entrar en el túnel del terror. No hay indulto para la Brasil perdedora, la que no levanta el trofeo. No lo hubo en Alemania’06 ni Sudáfrica’10, en los que cayó en cuartos de final, ni mucho menos se le perdonó el cuarto puesto en su propio país. En 2014, la Brasil de Neymar era la gran candidata. En casa, ante su afición y con el que consideraban el relevo de Lionel Messi en la carrera por el Balón de Oro. También lo consideró el Barcelona en su momento.

Pero el dolor que sintió Neymar tras el rodillazo de Juan Camilo Zúñiga también lo sintieron los más de 200 millones de habitantes de Brasil. Ese golpe en la columna vertebral, que a punto estuvo de dejar a Neymar sin fútbol para siempre, fue el principio del fin. El final llegó con la humillación a la que le sometió la selección alemana en semifinales. “El 1-7 fue como el 11 de septiembre”, llegó a decir el mismo Carlos Alberto Parreira, ya alejado de sus trabajos en la ‘Canarinha’. En Rusia’18, Brasil y Neymar volvieron a caer en los cuartos de final, esta vez ante la Bélgica de Robert Martínez.

En esta edición se cumplen 20 años del último título brasileño. Dos décadas que se acercan al larguísimo período que soportó la selección ‘verdeamarelha’ entre 1970 y 1994. En Catar, Brasil volverá a tener la presión del campeón.