El fútbol en tiempos de guerra

A las cuatro de la madrugada del pasado 24 de febrero la vida de Rusia y Ucrania dio un brusco giro

“Misión militar especial”, fue el eufemismo elegido por Vladimir Putin

Lokomotiv y CSKA, en un derbi de Moscú

Lokomotiv y CSKA, en un derbi de Moscú / Twitter

Aitor Lagunas

Aitor Lagunas

A las cuatro de la madrugada del pasado 24 de febrero la vida de Rusia y Ucrania dio un brusco giro. En ese momento, sentado tras una gran mesa lacada de blanco, el rostro pétreo de Vladimir Putin se dibujó en millones de televisores y pantallas de móviles. “Misión militar especial”, fue el eufemismo elegido por el autoritario líder ruso. Quizá curtido por su pasado como agente de la KGB o tal vez por los 21 años que acumula al frente del Kremlin, Putin se mostró impertérrito a la hora de anunciarle al mundo que Europa no iba a dejar pasar el siglo XXI sin albergar una guerra. Minutos después, 200.000 soldados rusos se abalanzaban sobre Ucrania, mientras en Kiev, Kharkiv y Odessa empezaban a aullar las alarmas antiaéreas.

Desde ese momento, ningún aspecto de la vida de esos dos países exsoviéticos se ha podido analizar sin el prisma de la guerra... o invasión, según la terminología elegida por algunos puristas en España (¿cuántas guerras de la historia no comenzaron con una invasión, y no por ello dejaron de ser guerras? ¿Por qué en todo el planeta se grita ‘Stop the war’ y aquí se fuerza el ‘No a la invasión’? ¿Qué matices tiene el ‘No a la guerra’ en España para que algunos prefieran no evocarlo?). En todo caso, el fútbol tampoco ha podido sustraerse del conflicto. Al contrario: como tantas veces antes, el balón se ha visto convertido no solo en víctima sino también en termómetro de la opinión pública y ariete de la presión internacional contra el Kremlin. En la vertiginosa carrera de los poderes políticos y económicos de Occidente por repudiar el ataque ruso, el fútbol constituye una de las herramientas de mayor visibilidad. Consecuentemente, hace ahora dos semanas que nadie evoca el mantra de ‘el fútbol no es política’. Todos, incluso quienes lo agitaban cuando les convenía, eran conscientes de la falacia de semejante buenísimo.

La práctica deportiva del fútbol (unas cuantas personas persiguiendo un balón) no es política. Un espectáculo de masas global devenido en negocio milmillonario difícilmente no lo será. El cine puede ser político. La música puede ser política. Por supuesto que el fútbol puede ser política. Que la UEFA renuncie a los 40 millones de euros anuales del patrocinio de Gazprom es política. Que la FIFA, después de muchos titubeos, castigue a Rusia sin participar en el Mundial es política (como lo fue entregarle ese mismo torneo a Catar: concretamente, política corrupta). Que Gianni Infantino pregonara hace cuatro años que Rusia había organizado la mejor Copa del Mundo de la historia también fue política. ¿Y qué decir de la medalla que Putin le entregó al máximo dirigente del fútbol mundial, la Orden de la Amistad, a la que en el momento de escribir estas líneas Infantino aún no ha renunciado?

La vomitiva invasión rusa ha generado tal ola de indignación que ha logrado alinear a todos los elementos del fútbol -aficionados, futbolistas, patrocinadores, federaciones, gobiernos- en un mismo eje. Hay que pulsar cualquier tecla que ayude a detener la sinrazón de una guerra en el siglo XXI. Una guerra en Europa, habría que matizar, porque conflictos sigue habiendo unos cuantos en todo el globo. Pero no lo logremos todo de golpe: está bien que la reacción de los clientes empuje a marcas que hasta hace cuatro días firmaban cuantiosos contratos con dictaduras y regímenes de variado pelaje a mostrarse ahora indignadas. En 2014 Putin ocupó Crimea pero como nadie dijo nada Adidas siguió vistiendo a su selección (y dejó de proveer al combinado ucraniano). Mientras, Nike equipa desde hace años a la selección china: los uigures nos quedan muy lejos. Ambas multinacionales han salido ahora de Rusia.

No minusvaloremos, por último, el peso del fútbol en la repulsa a los oligarcas, esa casta de oportunistas que gracias a sus servidumbres a Putin (y antes a Boris Yeltsin) transformaron las migajas de la URSS en indecentes fortunas personales. Ese proceso les llevó años. Cambiar la adulación por la repulsa, en cambio, ha sido cosa de días. Que le pregunten a Roman Abramovich, forzado a vender al Chelsea: de ganar la Champions a ser intervenido por el Gobierno británico.

¿Y el derbi?

Sí, esta tarde hay un derbi en Moscú, pero con la que está cayendo la rivalidad entre el Lokomotiv y el CSKA parece intrascendente. Ya no es que el fútbol sea la menos importante de las cosas importantes. Estos días ha demostrado ser el más popular de todos los soft power que se mueven en el tablero de la globalización. No a esta invasión, no a cualquier guerra.  

LOKOMOTIV-CSKA

MOSCÚ

55°45’N 37°37’E

  • Población

12.500.000 habitantes

  • País

Rusia

  •  Distancia entre estadios

15 km: del RZD Arena (aforo, 27.000) hasta el VEB Arena (aforo, 30.500)

Lviv-Rukh Lviv, el otro derbi

LOKOMOTIV 

Sexto en la tabla, el Lokomotiv ha tenido cuatro entrenadores desde que Putin ordenó invadir Ucrania. A la renuncia del alemán Markus Gisdol le siguieron su asistente Marvin Compper y Dmitri Loskov. Esta semana se ha hecho cargo el uzbeko Oleg Pashinin.

CSKA

El aislacionismo y el caos que amenazan a Rusia también afectan a su fútbol. El CSKA, cuarto clasificado, está lejos de luchar por la liga pero en zona europea. Sin embargo, todo apunta a que ese incentivo va a desaparecer durante algún tiempo.

 EL OTRO DERBI_LVIV

Mañana estaba previsto otro derbi: FC Lviv-Rukh Lviv, esa era la rivalidad que debía haber ocupado esta página, pero la guerra ha suspendido la liga ucraniana. El estadio de Lviv es ahora un centro de acogida para los miles de refugiados que huyen de la guerra.

 PRÓXIMO PARTIDO

HOY, 12.03.2022 (17:00 horas)