Sudar el doble y quejarse la mitad
Vamos a golpe por semana. Como mínimo. No sale el barcelonismo de una para meterse en otra. Menos mal que los premios individuales de la pasada temporada y los éxitos inapelables del primer equipo femenino levantan un poco el ánimo de la sección profesional más importante del club. Un Barça convertido en el rigor de las desdichas al que, puntual y tristemente, en algo consuelan las ajenas.
El bochornoso sorteo de la Champions, que acabó emparejando al Real Madrid con el PSG, ha sido un pobre agarradero durante unas horas. La realidad es tan dura y tan fría que cuesta encontrar abrigo de su talla. Si a la alarmante mediocridad futbolística sumamos el peor rival posible en la Europa League, el drama de las lesiones y la baja ya definitiva del ‘Kun’ Agüero, el panorama es desolador.
Xavi sabía a dónde venía, de eso no existe la menor duda. Informado por los de dentro, por los colindantes y por los que tras las elecciones quedaron fuera, el técnico conocía al detalle los ‘intríngulis’ del club. Aterrizó con la ilusión por bandera, con la población culé entregada y como entrenador de consenso que, por un tiempo, iba a aparcar los ‘ismos’.
Y se dio de bruces con una verdad más crítica de la que él pensaba. Del ‘efecto’ pasamos al ‘proceso’ y ahora caminamos hacia una ‘nueva era’ con un entrenador al que hay que darle más de cien días de gracia y algún fichaje que llevarse a la boca junto a los turrones. Porque está claro que con lo que hay no le va a llegar.
Cierto es que cuando el Barça empiece a competir en Europa habrá recuperado a Ansu y a Pedri, pero Dembélé sigue siendo -y será- un misterio, máxime si decide no renovar y a la espera de aterrizar -¿y triunfar?- en un nuevo destino. Tampoco se les puede pedir a ellos y a Nico, Gavi o Abde que se conviertan en los líderes de los líderes. Y éstos, que añoren lo que fue y ya no es, incluido ese Messi cuyas espaldas eran tan grandes que los cubría a todos e incluso cargaba con las mochilas de algunos.
Esta transición, este camino hacia lo bueno que está por venir, tiene que empujar y no frenar. Avanzar lento pero seguro. Sudar el doble, correr el triple y quejarse la mitad. Y salir llorados de casa.
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