Opinión

El ‘se queda’ Lamine Yamal

Lamine celebra su golazo

Lamine celebra su golazo / VALENTÍ ENRICH

Una supuesta oferta del PSG -información que llegó desde Madrid, dicho sea de paso- alteró el ecosistema del barcelonismo. La sola posibilidad de imaginar que Lamine Yamal acabara en un club-estado con el que el FC Barcelona tiene una relación de gusto amargo, provocó cierta ansiedad. Tranquilidad. Si es cierto aquello de ‘hacer de la necesidad, virtud’, la situación económica de la entidad azulgrana no debe empujarla a agarrarse a cualquier clavo que arda.

Mucho menos si se trata de un activo del club como este chaval de dieciséis años cuyo valor va más allá de la cuenta bancaria. Pocos motivos tiene el culé para subir la montaña de Montjuïc, comprar todas las ediciones de las camisetas o viajar con el equipo. Huérfano de líderes, la ilusión del aficionado barcelonista ha renacido gracias a la eclosión de figuras ‘Made in La Masía’, como el chaval de Rocafonda o Pau Cubarsí. Buenos, bonitos y baratos. Un regalo que debe servir para afianzar las bases en épocas de movimientos de tierra. Son, están y deben quedarse. La Masía no se toca.

“Lamine Yamal no se vende”, me decía uno de los miembros del sanedrín de la cafetería de mi barrio donde suelo desayunar. Asentían en la mesa de al lado una pareja muy joven que se identificó, ella, como socia del Barça desde que nació. Es la nueva generación que camina en paralelo a estos jugadores que aún no votan, que se mueven entre redes sociales, que leen poco y que se desencantan mucho. Una juventud que necesita referentes para salir de casa, para hacer deporte y, sobre todo, para creer que es posible hablarle de tú a tú a los adinerados sin un euro en el bolsillo. Un colectivo acostumbrado a convivir con personas de procedencia diversa, a mezclarse, a integrarse y a hacer apología de la empatía y de la tolerancia.

Pau y Lamine Yamal son una fotografía de la sociedad. De la realidad. El primero, con una retahila de apellidos catalanes que atestiguan su ADN y el segundo, de padre marroquí y madre guineana, también es el reflejo de un numeroso colectivo cuyo distrito visibiliza con su ya icónica celebración ‘304’. Ambos conviven en un vestuario que, como tantos, es una torre de Babel. Lo que revelan más allá del balón es un excelente entendimiento con aroma a siglo XXI que el FC Barcelona debe mantener, cuidar y multiplicar. Son espejo para unos y esperanza para otros.

A Xavi habrá que agradecerle su apuesta desacomplejada por estos jugadores tan jóvenes. Cuando la necesidad aprieta, hay que gestionar las prisas. Al técnico blaugrana se le criticó que les alineara “porque no tienen experiencia”. Cuando les sentó, “los está castigando. Hay que tirar de ellos. Son los que pueden salvarlo”. Cuando tarda en ponerles, “a qué espera”. Cuando salen de titulares, “cómo arriesga”. Sea como sea, con presiones y con mucho trabajo de puertas adentro, Xavi pasará a la historia por darles el empujón y el abrazo. Que se queden.