Que no nos embauquen: este doblete es histórico

Los jugadores, celebrando el título de Liga

Los jugadores, celebrando el título de Liga / EFE

Ernest Folch

El Barça se proclamó campeón de Liga en Riazor, con un Messi excelso e invicto a cuatro jornadas del final, una auténtica barbaridad que demuestra su infinita superioridad en este curso. Tras la marcha de Neymar y el batacazo de la Supercopa, Valverde diseñó científicamente una apisonadora, que ha ido triturando los partidos con una facilidad propia de los tiempos en los que el fútbol se veía en blanco y negro.

No ha habido equipo más regular, fiable y sólido en los últimos años que este Barça sincronizado como un reloj, al que siempre se le reprochará la pájara de Roma, pero con el que hay que ser sumamente justo en el momento de la victoria. Porque una parte importante del mérito de este hito histórico (octavo doblete en el palmarés blaugrana) hay que atribuirlo a la gestión tranquila e inteligente de Valverde, un entrenador que ha ido surfeando sobre las dificultades con un principio filosófico infalible: a los problemas, por definición, hay que quitarles importancia.

Y así ha sido como en una temporada con turbulencias institucionales (moción de censura), políticas (1-O) y deportivas, ha mantenido el pulso de la nave contra viento y marea. El resultado es que ningún equipo, absolutamente ningún equipo, ha podido ni siquiera toser a un equipo que se ha paseado por la Liga con una suficiencia que hacía muchos años que no se veía: hacía muchos años que no se veía un campeonato sentenciado antes de Navidad, tras el repaso del Barnabeu (0-3).

Todo ello puede explicar la apatía repentina que provoca en ciertos medios el doblete blaugrana, que hacen pasar por una consecución local y relativamente menor. Los altavoces con más potencia se dedican a ensalzar la Champions ahora que el Madrid tiene opciones de ganarla por tercera vez seguida, algo que también sería evidentemente un logro histórico. Pero los blancos todavía no han ganado nada y lo único cierto hoy cierto es que el Barça acaba de ganar su séptima Liga en 10 años y su cuarta Copa del Rey consecutiva, unos datos brutales que hablan por sí solos de la hegemonía indudable del Barça en España en la última década.

Para ganar una Champions hacen falta, como mucho, ocho o diez partidos buenos. Para ganar una Liga, y todavía más para conquistar un doblete, son necesarios nueves meses de excelencia. Sin duda, la temporada deja asignatura pendientes, y el descalabro en Roma es la más importante, porque exige planificar una temporada de manera que no se produzcan descalabros en la máxima competición continental, como ha sucedido en los últimos años.

Además, queda pendiente la renovación de una segunda línea de bajisimo rendimiento (André GomesDigneAleixMina Alcácer parecen haber agotado su recorrido) y la participación de una cantera que pide minutos a gritos. Pero el barcelonismo no puede dejarse secuestrar por el discurso que ensalza la Champions y deja la Liga sin valor. Por mucho que lo intenten, no podrán minimizar el doblete. Que no nos embauquen: lo que ha hecho este Barça es histórico.