Opinión

El morreo de Vitor Roque

No puedo dejar de preguntarme qué hace el futbol español jugando la supercopa en Arabia Saudita, un país del todo ajeno y que en nada nos representa

La comparación maldita

Xavi Hernández, de espaldas, junto a su staff y la plantilla del Barça en Arabia Saudí

Xavi Hernández, de espaldas, junto a su staff y la plantilla del Barça en Arabia Saudí / VALENTÍ ENRICH

Frente al ordenador, y sin saber aun si nuestro Barça ha sido o no capaz de doblegar a Osasuna con un juego que nos devuelva la fe, no puedo dejar de preguntarme qué hace el futbol español jugando la supercopa en Arabia Saudita, un país del todo ajeno y que en nada nos representa. No, no me refiero al hecho de que vistan largas túnicas, que el té sea de pasas, las ensaladas de quinoa o te agarren de los codos al saludarte para mostrarte apego y cercanía, estoy denunciando competir domésticamente en un imperio cuyos valores humanos y sociales se nos presentan como un insulto a la evolución, una bofetada al respeto por la diversidad más esencial y un pisotón a la libertad.

Sé bien que la decisión fue una de las últimas perlas envenenadas con las que nos obsequió el inefable Luis Rubiales, igual que imagino en su día la existencia de consultas previas a los equipos referentes de la competición antes de tomar una decisión de tamaño calado, sea como fuere y volviendo a nuestro Barça, existe un problema no menor, y es que gustamos de lucir por el mundo, en un papel del todo único y singular para un club de futbol, unos principios y unos valores que nos deberían mantener más que alejados de ese país por todo lo que hoy representa y por muy bellas que resulten las majestuosas dunas por las que paseaba Peter O’Toole en su camello encarnando a Lawrence de Arabia.

Sí, también sé el poder que encarna la riqueza y el dinero tenga o no tenga manchas de supremacía, de corrupción o de abuso, pero entre todos (y me refiero a Federación, Asociación de jugadores y Clubes) deberíamos encontrar una vía de salida, y escapar de este oxímoron social y cultural, porque no podemos ni debemos olvidar que el futbol es básicamente eso cultura, equidad, diversidad y respeto.

Y dejo para el final el aspecto comunitario y colectivo que la FEF ningunea. Las aficiones merecen más consideración, deferencia y cortesía ya que también ellas son “Club”, o mejor dicho ellas son básicamente el “Club”, y esa parte inseparable no está representada al no poder estar presente por unos precios de desplazamiento del todo inasumibles. Está muy bien la viril presencia de aficionados árabes (está mal vista la presencia femenina a los estadios) que convierte el estadio en un curioso circo multicolor, resulta pintoresca y simpática, pero poco tiene que ver en realidad con quienes sentimos los colores, pagamos los abonos y lloramos las derrotas.

En fin, que ruede la pelota y el tiempo nos dé cordura… Mientras, le pido al destino que si Vitor Roque marca un gol agarre la cara a Lewandowski y le plante un morreo de padre y muy señor mío antes de formar con ambas manos el triángulo de la lucha feminista y proyectarlo hacia el cielo.

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