De Montmeló a Sochi hay algo más que 4.277 kms

La F1 se asegura una competición igualada y emocionante con el nuevo acuerdo

La F1 se asegura una competición igualada y emocionante con el nuevo acuerdo / AFP

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

El mundo del motor centra su actividad este fin de semana en dos polos bien opuestos. Por una parte Sochi, con la F1, y por otra Montmeló con MotoGP. Dos especialidades distintas que luchan por llevar esta difícil temporada a buen puerto, con un éxito notable en ambos casos. Dos estilos diferentes de hacer las cosas y de entender qué son y qué aportan las carreras.

Quienes estuvimos en la primera edición del GP de Rusia de la era moderna, en 2010, sufrimos el despropósito general que fue aquel evento montado en el patio de recreo de Vladimir Putin. Las incomodidades que tuvimos que soportar, las malas formas que hubo que aguantar, el mal trato y desprecio permanente por quienes no tenían otro objetivo que el Chiqui-Park del jefe supremo de su país luciera con el mayor esplendor posible, en el mismo estilo que lo hicieron los JJOO del 80 con Leónidas Brezhnev al frente, a mayor gloria de quienes han perpetuado los métodos de propaganda estalinianos con el paso de las décadas.

En una década, Sochi ha conseguido establecer una relación con la F1 proporcional a la que vincula la cadena de “comida” rápida McDonald’s con el mundo de la gastronomía. La imagen de un payaso como icono principal es su denominador común. Ya saben, es como aquel “que diu” mucho ruso en Rusia, muy buena la ensaladilla rusa, muy buenos los polvorones de la Estepa… Uno ya no sabe si las carreras que hemos visto allí, en una pista que ha vivido casi menos frenesí que un fumadero de opio en pleno confinamiento, merecen estar patrocinadas por Dormidina o por Fortasec, y más ahora que a los rusos les ha entrado la prisa en el sprint por la vacuna.

Analizar sus GP desde un prisma clásico de la F1 es como pretender estudiar historia del arte a través de las columnas del castillo de la Bella Durmiente -¡nunca mejor dicho¡- de Eurodisney. Ni tan siquiera esa especie de Got Talent que intentaron organizar a partir de las “gestas” de Vitaly Petrov (su mayor “logro” fue jorobar el título de Alonso con su innecesario tapón del GP de Abu Dhabi del 2010), Sergei Sirotkin o Daniil Kvyat (el mejor de los tres, sin duda) ha servido para arraigar la F1 en su país. El Circuit de Catalunya es otra cosa. Desde que las motos empezaron a rodar sobre su asfalto con ocasión del GP de Europa de 1992, las cosas han ido fluyendo con mayor calidad año tras año. Y, sobretodo, con mayor naturalidad, porque el engarce de este deporte en la historia de Catalunya no necesita de artificios, ni de esteroides anabolizantes para acrecentar su musculatura. Es algo que forma parte del ADN de este país.

La entrada de Dorna en la gestión del campeonato; el buen hacer de quienes han sudado sangre, sudor y lágrimas dejándose la piel en el día a día del Circuit; la aportación de los aficionados con su presencia incondicional; y, sobretodo, las once victorias de nuestros pilotos en este escenario en la clase reina han hecho el resto (Alex Crivillé en 1995 y 1999; Carlos Checa en 1996; Dani Pedrosa en 2008; Jorge Lorenzo en 2010, ‘12, ‘13, ‘15 y ’18; y Marc Marquez en 2014 y 2019). Obviamente, este año echaremos mucho de menos la presencia de los fans en las gradas y las pelousses. Por contrapartida, no tendremos los políticos de turno en la zona VIP. ¿Por el Covid-19, se preguntarán ustedes? No, que va, por la ausencia de un buen número de cámaras y fotógrafos. En eso sí nos parecíamos a Sochi; aunque con mejores modales (excepto en la garita de acceso al paddock).