Opinión
La gran obsesión de Xavi
Xavi abandonó El Sadar con una de sus cejas medio alzada, no al nivel de Ancelotti, que debe dormir recelando hasta del cojín que cobija a su cabeza, pero algo mosca con el fútbol de su equipo: “Nos ha faltado juego, paciencia y generar más en ataque”, sentenció. Xavi no pierde el tiempo escrutando el marcador, con echarle una mirada de reojo basta, porque su obligación, convertida en su caso en obsesión, es disfrutar del juego del equipo durante noventa minutos. La defensa incondicional de sus futbolistas y los argumentos, que no excusas, que a veces usa para apartarles del foco le permiten seguir dándole vueltas a lo que realmente importa, a la esencia última de su labor como entrenador: conseguir que sus futbolistas interpreten sobre el césped aquello que él imagina en la pizarra. Ganar es solo una consecuencia de disfrutar y hacer disfrutar. Nada más que eso.
Por eso mantenerse invictos y encadenar tres triunfos se traduce solo en tiempo para seguir trabajando en busca de la perfección. Xavi llegó en noviembre de 2021 y metió al Barça en la Champions como segundo en la Liga. En su primer año completo la ganó con solvencia, aunque con un fútbol demasiadas veces alejado de aquello a lo que aspira. Ahora sabe que, más allá de Europa, donde la exigencia no puede aún ser máxima, ganar no es suficiente. El cómo, lo lleva en la sangre desde que siendo canterano el marcador eran solo números, cuenta tanto o más que el qué. Y el cómo, en el Barça, está escrito desde hace muchas décadas: tener el balón el máximo tiempo posible y usarlo para atacar desde el primero hasta el último minuto, sin descanso.
Gavi, tras el 1-2 en Pamplona, hizo una excelente reflexión: “Hace algunos años este partido lo habríamos perdido”. Si no fue así es porque el Barça puso las mismas ganas, ilusión, trabajo e intensidad que su rival. Eso ya no se discute, pero ahora toca añadir a esas virtudes imprescindibles para competir en el fútbol actual lo que distingue al Barça del resto, lo que le hizo único.
Por ello, tras cuatro jornadas, no debe analizarse en positivo que un central (Koundé), un pivote defensivo (Oriol Romeu) o un juvenil (Lamine Yamal), por muy buenos que sean, destaquen por encima de jugadores como Lewandowski, Raphinha o Gündogan. Es aquello de que, cuando tu mejor hombre es el portero, es que algo no ha ido bien. Toca convertir el rendimiento individual, en la mayoría de los casos notable, en un rendimiento colectivo. Xavi está obligado a ganar, pero antes debe construir un equipo.
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