Fuerza, Tenerife

Pedri celebra su gol contra el Cádiz

Pedri celebra su gol contra el Cádiz / Javi Ferrándiz

Juan Cruz

Juan Cruz

Pedri fue el mayor ánimo que tuvo el partido del Barça y lo demostró desde que salió al campo. El Barça padece, desde antiguo, cierta melancolía en los inicios de los campeonatos, y contra la melancolía los canarios como Pedri tienen un antídoto: la rabia. 

Acosado el equipo por ese defecto que lo agarrota, suspendido con reiteración y alevosía por un árbitro que parecía limitar su oficio con el desdén por el equipo azulgrana, el talismán de Tegueste se hizo capitán del medio campo, ilustró al referí con algunas protestas razonadas, incluso cuando volvían del vestuario, y se guardó para cuando hubiera ocasión la explicación de su insistencia en llevar al Barça a una victoria que parecía más difícil que nunca. 

Hasta que, sirviendo a su equipo y a la vez a su corazón, se adentró en el área, recogió el balón en medio de una dificultad que solo se supera en estado de gran necesidad, y disparó con la suavidad que anima su propio carácter. Y salvó al Barça del fracaso. 

Cuando se rescató a sí mismo de la emoción de ser el capitán de esta pequeña gloria, que es la de encarrilar un partido, apareció ante la cámara diciendo lo que de veras debía estar bullendo estos días en su corazón isleño. Así que produjo ante los espectadores la camiseta que traduce en dos palabras lo que hay dentro de la parte más noble, más íntima, y más pública, más sentida: Tenerife, el incendio, el drama que se viste de rojo por las montañas y por las medianías de la isla que lo vio nacer. 

Fuerza, Tenerife, decía Pedri en su camiseta. Nervioso como es, y tímido, esa cara en la que se le podía ver todo el pavor de su modestia decía todo lo que anima al ‘ocho’ azulgrana.

Salvó a su equipo de un desastre, por una parte, pero llevaba esa convicción en forma de pancarta de tela. Los que vimos el partido como azulgranas terminamos de verlo, más que nunca, como tinerfeños, liderados por el corazón de Pedri y por su gol esforzado, como marcado por un niño que ve incendiarse el lugar del que viene.

Como si estuviera cumpliendo una misión ética y llevara un mensaje que tenía como destinatario algo más hondo que la grada: el dolor de su tierra. Como su lenguaje es el fútbol, a él acudió. No fue una pancarta, fue un grito de dolor, un abrazo. 

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