Opinión

Los focos se giran hacia Laporta

La visita de Laporta a Xavi y al equipo

La visita de Laporta a Xavi y al equipo / FCB

El adiós de Xavi no cierra ninguna crisis, simplemente la desplaza. El delirante partido ante el Villarreal, uno de los ejercicios futbolísticos más caóticos que se recuerdan, evidenció el desorden en el que transitan el entrenador y la mayoría de los jugadores, pero también sirvió de espejo para reflejar el desbarajuste incontrolado en el que vive la institución. El propio anuncio del adiós, una inédita dimisión en diferido que pareció más una ocurrencia que una solución verdadera de una entidad de élite, ha resultado incoherente e indescifrable, como el propio momento que vive el club. Ya hace demasiado tiempo que en el Barça no se explican las verdaderas razones de las decisiones, si es que se explican.

Nada refleja mejor el angustiante vacío en el que vive el club que la comparecencia solitaria y desangelada de Xavi, una de las grandes leyendas de la historia del club anunciando su adiós en la más absoluta desnudez, sin nadie que le arropara. Porque de Xavi se puede decir lo que se quiera, pero nadie podrá negarle que haya dado la cara incansablemente, convertido, como ya es tradición con todos los entrenadores del club, en un improvisado portavoz institucional, quemado a lo bonzo por responder demasiadas preguntas o simplemente las que no le tocaban.

En cambio, nada sabemos de Deco, el presunto e inexperto director deportivo de la entidad, un cargo bajo sospecha y vacío de ideología tras la marcha tampoco explicada de Mateu Alemany y Jordi Cruyff, que como tantos otros buenos ejecutivos saltaron del barco antes de que se estrellara. De todas las desapariciones, la más chocante es la de Laporta, el presidente al que el socio le dio el mando por amplia mayoría entre muchas razones por su capacidad de liderar y comunicar, pero que hasta ahora se ha puesto de perfil en casi todas las crisis. A penas balbuceó cuatro explicaciones cuando despidió a Messi tras prometer su continuidad en campaña –un desastre que a cualquier otro presidente le hubiera costado el cargo--, surfeó filtrando más que hablando sobre la agonía de Koeman, tardó más de un mes en explicar algo de los turbios pagos a Negreira, y asistimos ahora mismo al adiós de otra leyenda sin que el presidente comparezca en ninguna rueda de prensa ni hable más allá de tres frases grabadas en los medios del club.

El Laporta locuaz y valiente ha mutado en un presidente calculador y mediáticamente tacaño, que no sabemos si se ha quedado sin relato, o si la distancia entre las promesas y los hechos se le ha vuelto insoportable. Cierto, achacarle a Laporta toda la responsabilidad de la crisis actual sería absurdo además de injusto, porque no se puede obviar que el socavón por el que el Barça hoy se despeña hunde sus raíces en el túnel del tiempo, cuando Rosell negó a Cruyff y cansó a Pep, y Bartomeu se alejó del modelo, permitió una masa salarial a punto de colapsar y descarriló con el vergonzoso ‘Barçagate’. Pero Laporta ha ahondado en la crisis social y económica del Barça poniendo un listón irreal e inalcanzable (ayer hablaba todavía de “ganar la Champions”) y empeñando el patrimonio para fichar semijubilados y medianías por casi 300 millones de euros. Ni el Barça ha vuelto, ni se defiende ningún cruyffismo, ni por supuesto se ha construido un plantillón, como proclamaba hasta hace poco la propaganda oficial. Laporta deberá más pronto que tarde escoger entre dar un giro radical a su discurso, reconocer errores y ser más humilde, comunicar mucho más y mejor y adecuar las expectativas a la realidad o seguir la huida hacia ninguna parte en la que parece instalado desde hace tiempo. Con su extraño adiós, Xavi se queda hasta junio pero se va de los focos. Ahora apuntan todos inevitablemente a Joan Laporta.

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