Los diminutos

Gündogan en el duelo de Champions ante el Nápoles

Gündogan en el duelo de Champions ante el Nápoles / VALENTI ENRICH

Lluís Carrasco

Lluís Carrasco

Anteayer, como solo sucede en las grandes ocasiones, vi el partido entre buenas viandas y mejores crudos rodeado de amigos (alguno de insigne pedigrí blaugrana) y unos generosos anfitriones que no mencionaré por decoro.

Los primeros 30 minutos no dábamos crédito a lo que nos mostraba la imponente pantalla de 75 pulgadas de ese salón, y como nuestros jugadores, excitados, nos mirábamos unos a otros de reojo estupefactos, mientras comentábamos complacidos y hasta liberados que lo que sucedía en el césped poco tenía que ver con la fragilidad o no del rival, y sí mucho con la pericia, el esfuerzo, el sacrificio y el empuje que mostraban los 11 jugadores elegidos por Xavi para uno de los partidos más trascendentes de lo que llevamos de año.

Tesón, presión, codicia deportiva… Y de repente, y como casi siempre, un inexplicable cambio de guion alteró toda la magia vivida hasta el momento volviendo a oscurecer la realidad sin que desde el área técnica hubiese la reacción deseada, y lo que hasta hace unos instantes eran caras de ambición sobre el verde y satisfacción en la banda, se tornaron de angustia tanto en unos como en otros.

¿Qué extraño y maléfico sortilegio nos invade? ¿Por qué no somos capaces de mostrar equilibrio y competitividad 90 malditos minutos seguidos?

Y fueron pasando los segundos como losas, y los napolitanos empezaron a creer y nosotros a dudar, y la satisfacción se tornó angustia, las carnes se enfriaron, la alegría languideció, las sonrisas se tornaron adustez, y la adustez, cabreo.

Tres pitidos y “cap a casa”

Pero no si antes comentar “la jugada”, y lo más repetido es que, como reconoció el propio Xavi, no supimos jugar como un grande. Y no me refiero como dijo él a enfriar el partido y adormecerlo, no, los grandes cuando huelen sangre no perdonan, te asedian y te matan, te muerden una y otra vez hasta acabar contigo, y me quedo con la sensación de si no supimos, no pudimos o lo que es más grave: No nos atrevimos.

El resultado es conocido: 1 empate que deja la vuelta como una reválida escalofriante, 1.870.000 € que se quedan en Nápoles al no superar el empate, 1 punto menos en el coeficiente que te permitirá o no jugar la copa del mundo de clubes y ahora te obliga esperar que Atleti no supere los octavos y tu tengas que alcanzar las semis, y otro disgusto general en la sufrida afición que sigue esperando, semana sí, semana también, una luz en el camino…

Y lo que más se repetía antes de despedirnos, es que actuamos como un equipo pequeño, que “los grandes” ante las flaquezas del rival, “te matan”, y me niego a reconocerme pequeño. Somos el Barça, lo más grande que ha parido madre, y jamás aceptaré la menudencia.

Atrevámonos, empujemos, mordamos… No aceptemos esta metamorfosis.

¡Revelémonos! ¡Y luego, que pase lo que tenga que pasar!

Dejemos la piel por conquistar un “¿te acuerdas?”, y huyamos de aceptar un “te imaginas…”

TEMAS