Condenados a entenderse

Ceferin y Agnelli

Ceferin y Agnelli

Jordi Cruyff

Jordi Cruyff

Mucho se ha hablado esta semana del terremoto mediático que ha provocado la irrupción de la Super Liga, pero se echa en falta un análisis más comedido del porqué se ha llegado a este punto. No es la primera vez que hay un amago de rebelión en el seno del fútbol. Me refiero a intentos del pasado para organizar una liga del Benelux entre Holanda y Bélgica o la idea de incorporar a Celtic y Rangers a la Premier League. Eran iniciativas que afectaban a campeonatos domésticos y que necesariamente no contentaban a todas las partes implicadas. Pero esta vez no estamos hablando de un ‘ataque’ a una liga local, sino al formato de las competiciones europeas tal y como lo conocemos actualmente. En el baloncesto se hizo un movimiento similar con la Euroliga, ya tenemos un precedente, pero el fútbol se mueve en otros parámetros económicos y sentimentales.

De entrada, hay que tener en cuenta varios factores que explican el descontento de los clubes que han optado por buscar una alternativa por su cuenta y riesgo: problemas económicos agudizados por la pandemia a escala global, la carga fiscal, particularmente en España, y, en otros casos, una gestión deficiente. Estos equipos sienten una inquietud generalizada con el actual modelo de negocio.

En el caso de las entidades que han optado por la Super Liga, más dependientes de la asistencia a los estadios y el merchandising, esa inquietud los ha llevado a un movimiento desesperado que podía pasar por una solución dialogada o una separación instantánea, como ha ocurrido finalmente, impulsada por la crisis del Covid-19. Cada uno tenía su razonamiento, pero indudablemente se ha visto como un movimiento brusco que ha llevado a un considerable daño colateral. Entre otros motivos, porque la comunicación del proyecto ha sido muy deficiente, por no decir inexistente. Los tiempos y los argumentos han estado marcados por un exceso de exasperación.

Y los aficionados ingleses se han echado a la calle porque en su tradicional cultura futbolística no gusta que un propietario extranjero dé un golpe de timón tan brusco. No quieren inventos ahora que se acerca el momento de regresar a los estadios. El mensaje de la Super Liga no ha calado porque se ha vendido como una exclusión cuando el hincha no concibe el fútbol de otra forma que no sea por el mérito ganado en el campo con el empuje de la grada. En ese sentido, el Barça no ha dado sensación de querer imponer su criterio por ceder al socio el derecho a decidir.

Aún así, la solución deber pasar por el diálogo, porque el freno a la Super Liga no ha eliminado los problemas de fondo. Después de la convulsión de los últimos días, todas las partes tienen una montaña mucho más alta que escalar hasta dar con una salida. Pero la Champions necesita a clubes históricos y esos clubes volverán a buscar soluciones para paliar su descontento. La UEFA y los miembros de la Super Liga están condenados a entenderse. 

ME GUSTA: El Barça suma y sigue. La victoria contra el Villarreal, con remontada y partido sufrido, dejó sensaciones encontradas pero demuestra que el Barça está preparado para sufrir en esta recta final de temporada. Ese es el camino, tomarse cada partido como una final para seguir dependiendo de sí­ mismo para aspirar al título de Liga. Se avecinan jornadas apasionantes. 

NO ME GUSTA: El Godó con público, La Liga con estadios vacíos. Cuesta entenderlo al ciudadano de a pie. Es cierto que cada competición se rige de forma diferente, pero el contraste no ayuda a calmar la paciencia del aficionado ansioso por volver a animar a su equipo. Esperamos que la temporada que viene se igualen criterios y la pandemia ocupe un segundo plano si avanza, como esperamos, la vacunación.