Camp Nou enorme, fútbol diminuto

El Camp Nou lució un espectacular mosaico

El Camp Nou lució un espectacular mosaico / AFP

Ernest Folch

Ernest Folch

Confirmado: los milagros son la excepción, no la regla. El Barça cayó con dignidad, arropado por un enorme Camp Nou, que terminó el partido animando a pesar de la derrota, una estampa inédita en la historia del club y sin duda la mejor noticia de la noche. Pero cayó sin paliativos, porque nunca tuvo a tiro ni la más remota posibilidad de pasar. La primera parte de Turín pesó como una losa imposible de levantar, básicamente porque el Barça confirmó ayer que juega con más corazón que fútbol y dio la sensación de que su plan para el partido era replicar los arreones que tumbaron al PSG con la esperanza de que derribaran también a los italianos. Pero ni la Juve es el PSG ni de hecho el Barça es el Barça. Porque de la misma manera que el equipo mostró una actitud irreprochable, hizo también evidente que su idea original ha quedado dramáticamente supeditada a la inspiración del tridente y poco más. El Barça ha ido perdiendo paulatinamente argumentos futbolísticos y si ha llegado hasta aquí ha sido por su excepcional capacidad de supervivencia. Nadie podrá reprocharle a este conjunto que haya bajado los brazos, ni que no lo haya dado todo: ayer el mismo Messi acabó magullado por una jugada en la que se pegó un trompazo inédito en su carrera. Pero en el fútbol la fe no basta y es necesario además tener un plan consistente y que dure los 90 minutos. Y es que el Barça repitió ayer un vicio que ha aparecido cíclicamente este año, que es el juego a ráfagas, sin continuidad y sujeto a una irregularidad alarmante. Ningún jugador resume mejor este espíritu que Neymar, que ayer lo intentó todo, pero acabó perdido en conducciones individuales y desconectadas del juego colectivo, como si pretendiera resolver el partido por sí solo. El milagro necesitaba de una actuación prodigiosa de Messi que, aunque lo intentó de todas las maneras posibles, se le vio más enjaulado que nunca, aislado y a expensas de lo que se le ocurriera en unas condiciones muy desfavorables. Y con Messi maniatado, el Barça no dejó de empujar pero el balance fue paupérrimo, sin ocasiones claras y con un solo tiro a puerta en los 90 minutos. Un partido más, Luis Enrique no pudo ni siquiera agotar los cambios y quedó patente que el equipo ha llegado al final de temporada desnudo, sin banquillo y sin capacidad de revertir los partidos que se tuercen. Sin fondo de armario, cambiar el signo de un partido se convierte en una tarea hercúlea. Esta eliminación es dolorosa porque hace crecer la sensación de que la mejor generación de la historia del Barça, a pesar de su palmarés brutal, ha dejado escapar demasiadas Champions y demasiados Balones de Oro. Así fue la noche de ayer: un Camp Nou gigantesco, un fútbol diminuto.