Historias del mundial de fútbol

El Maracanazo

Brasil se estrelló en casa ante Uruguay y 200.000 'torcedores'. Esta es la historia de la derrota más cruel de la 'seleçao'

Josep Coves

Maracaná. Allá donde la selección española puso fin a su reinado el pasado 18 de junio, Brasil vivió la peor pesadilla de su historia. Fue en el Mundial de 1950, el primero tras la Segunda Guerra Mundial y el primero que los brasileños organizaron en casa y del que nadie pensó jamás que se le escaparía. Y menos cuando la verdeamarela venía de golear a sus dos rivales en la fase final, Suecia (7-1) y España (6-1), antes de jugar el último partido contra Uruguay, que llegaba a esa última jornada con una victoria y un empate.

No era una final propiamente dicha, pero como si lo fuera. A Brasil le bastaba un empate para proclamarse campeón del mundo. A Uruguay solo le valía la victoria para acabar primero en esa liguilla, cuyo líder después de tres jornadas iba a proclamarse campeón. Maracaná impresionaba. Se trataba de un estadio nuevo, levantado expresamente para albergar la Copa del Mundo, con un aforo para 200.000 espectadores y unas cifras de auténtico vértigo: 464.650 toneladas de cemento, 1.275 metros cúbicos de arena, 3.933 metros cúbicos de piedra, 10.597 toneladas de hierro, 55,250 metros cúbicos de madera, más de 1.500 obreros trabajando en jornadas dobles...

Uruguay era entonces una potencia futbolística. Con poco más de dos millones de habitantes, su selección había ganado el oro en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, así como el primer Mundial, el que organizó en 1930. No había acudido a los de 1934 y 1938, en Italia y Francia, respectivamente, en respuesta al boicot de muchas selecciones europeas a la primera Copa del Mundo. Por tanto se trataba de su segunda participación y la afrontaba con la máxima confianza.

Poco antes de saltar al terreno de juego y aún en el vestuario, el capitán Obdulio Varela, arengó a sus compañeros: “Hay doscientos mil gritando allá arriba, pero son de palo. Abajo, solo hay once, como nosotros. No miren arriba ni a los lados, miren solo al frente”. Uruguay aguantó con éxito las embestidas de Brasil hasta el descanso. Pero a los dos minutos de la segunda parte Friaça adelantó a la Seleçao.

Uruguay necesitaba dos goles para ganar el título. Parecía una misión imposible. Pero Varela volvió a ejercer de líder. Tras el tanto brasileño, cogió el balón y parsimoniosamente fue a reclamar algo al juez de línea y después al árbitro. Se trataba de enfriar los ánimos. “Ya los hemos calmado, ahora vamos a ganarlos”, dijo al equipo. Y así fue como Schiaffino empató en el minuto 66 después de una gran jugada de Ghiggia por la banda, y en el 83 el propio Ghiggia marcaba el 1-2, el gol que desencadenó la leyenda del Maracanazo.

En su acción, Ghiggia fue muy hábil. En lugar de centrar el balón hacia atrás como en la jugada del primer gol de Uruguay, como esperaba el meta Barbosa, escogió disparara raso y duro por el primer palo. “Solo Sinatra, el papa Juan XXIII y yo hemos hecho callar a Maracaná”, alardea Ghiggia cada vez que rememora el Maracanazo. En cambio Barbosa, que murió en 2000, no se cansaba de repetir que “el máximo castigo en Brasil por un delito son treinta años, pero yo he cumplido condena durante toda mi vida por lo que hice”