Vuelta a España 2023

La Vuelta vive una etapa sin agua que acaba como una ruina

Los jueces de la carrera deciden tomar tiempos a dos kilómetros de la meta para evitar una bajadita peligrosa en la victoria del alemán Lennard Kamna. Este lunes, jornada de descanso.

Sergi López-Egea

Hay etapas que se convierten en una ruina, que empiezan anunciando un espectáculo de cortes, de perseguirse unos y otros como si fueran ratones y gatos, y que acaba con los dos últimos kilómetros neutralizados porque había barro, una bajadita peligrosa y después del caos de Barcelona nadie, ni organización, ni jueces, ni equipos, ni corredores quieren correr riesgos; pierde el espectáculo y, evidentemente, no es una buena imagen para el ciclismo ver como los líderes llegan riendo a meta. No es lo que quiere el público.

La

Vuelta

está teniendo mala suerte con el tiempo y, aun así, este fin de semana ha podido regatear los estragos de las tormentas que, de hecho, descargaban con toda la violencia a muy pocos kilómetros de la competición. En el horizonte se han visto desde el sábado caer los rayos y se ha escuchado el sonido de los truenos. Nadie se ha mojado, si se exceptúa Barcelona, y en un ciclismo que cada vez cuida más la seguridad de los corredores, lo que tampoco está mal, es muy difícil calibrar dónde, cuándo y cómo debe neutralizarse una carrera; y mucho menos la Vuelta.

Lo que es cierto es que la llama de la épica se va apagando poco a poco en la vela del ciclismo y que la novena etapa de la Vuelta, la que ha precedido a la contrarreloj del martes -este lunes, descanso-, ha sido una verdadera ruina con los corredores neutralizados a dos kilómetros de la meta, allí donde demarró 

Primoz Roglic

 porque sabía que un pequeño esprint en una rampa exigente tendría para él la recompensa de unos segundos extra que siempre vienen bien antes de una ‘crono’ en la que se animará de forma exagerada un corredor como 

Remco Evenepoel

.

La ofensiva del Jumbo

Fue la etapa del espectáculo que llegó demasiado pronto, a ciegas, sin la tele como testigo, y del final tan inesperado como triste. Demasiado pronto apareció el viento y cortó al pelotón. El Jumbo quiso sacar el sable desde el inicio y sorprendió a todos los rivales excepto a Evenepoel, que pedalea todo el día con la mosca detrás de la oreja porque no se fía ni un pelo de sus rivales neerlandeses.

Roglic, 

Jonas Vingegaard

 y Evenepoel tomaron unos segundos por delante mientras que por detrás iban todos perfectamente coordinados y a relevos, Movistar, UEA y Bahrain, principalmente, a la caza de los Jumbos. Se reagruparon. Respiraron todos; unos para recuperar energías y otros para suspirar pensando en lo que habían salvado sin necesidad de que sonase la campana.

Volvió más adelante a producirse otro corte pero en esta ocasión ya estaban todos avisados. Ya estaba formada la fuga nuestra de cada día, donde iba el alemán Lennard Kamna, ganador de la etapa, ciclista que ya había vencido en Tour y Giro, sin que por detrás hubiese iniciativa para neutralizarlos y mucho menos cuando se avisó que los tiempos se tomaban 50 metros antes de la pancarta de los 2 kilómetros.

¿Qué habría pasado de haber llegado a meta como estaba previsto? Nunca se sabrá porque no hubo espectáculo al igual que nunca hay fiesta sin música o ágape sin comida. “Somos personas, hay padres de familia y es bueno que se tenga en cuenta nuestra seguridad”, reconoció Enric Mas tras llegar a meta en son de paz.

Los viejos ciclistas no acaban de comprender estas cosas porque hace años nunca ocurrían estas situaciones bajo la consigna de que si llueve te mojas y se hace calor sudas por todos los poros del cuerpo. La nueva generación, la que reside en Andorra, hasta entrena geolocalizada, con coches de equipo que les dan ropa si hace frío o bidones frescos se aprieta el calor. Si pinchan les cambian la rueda. Y eso antes no ocurría. Ellos ganan, evidentemente, aunque siempre quedará la duda de si pierde el espectador.