Messi: La pulga atómica

'Mou' no lo quiso ver así, pero Leo confirmó que es un futbolista especial por la madurez y la clase que atesora con 18 años

José Mourinho estaba tan cegado por la ira el pasado miércoles tras el Chelsea-Barça que, aplaudido por un grupo de ex jugadores de rugby reconvertidos en críticos futbolísticos, confundió la calidad y el alma de crack de Leo Messi con el teatro. Quizá porque Mourinho es un buen técnico que vive del histriónico personaje que se ha inventado, un arrogante niño bien entrado en la cuarentena que atiende por 'Mou' y que sólo disfruta del éxito si va acompañado de un punto de escándalo, de marrullería. Y si hay algo de fango por en medio, aunque haya que abusar de la manguera, mejor.

'Mou' cree que toda persona necesita de un personaje que adorne -o disimule- sus virtudes. Es lo que ha vivido. La soberbia no le permite, a él que siempre analiza hasta el último detalle de los partidos, hacer una lectura objetiva de lo que hizo Messi en Stamford Bridge: consagrarse a nivel europeo como la estrella emergente más rutilante del balompié actual. Sin aditivos. Sin aspavientos. Sólo fútbol. Un fútbol que no se puede fabricar en el laboratorio de Cobham.

Mourinho y los ex jugadores de rugby deberían saber que Leo Messi ofreció sus primeros destellos a la afición del Camp Nou en la campaña 2004-05, con apenas 17 años. Salió en el minuto 87 del Barça-Albacete, y en el 89 recibió una larga asistencia de Ronaldinho y le metió un espectacular sombrero al portero Valbuena. El árbitro, Carlos Velasco Carballo (seguramente, de la cuerda de 'Mou'), anuló el gol por fuera de juego. Sin problemas: en la siguiente jugada, 'Ronnie' volvió a enviarle un pase en profundidad y Leo volvió a ponerle un sombrero a Valbuena. Esta vez Velasco dio el gol.

Los problemas burocráticos frenaron las apariciones de Messi en aquella recta final de temporada y los festejos del ansiado título relegaron a un segundo plano al pequeño delantero. Hasta que llegó el Mundial sub'20 y Leo la volvió a armar. El infantil lideró a Argentina hacia un nuevo título juvenil, adjudicándose además los títulos de mejor jugador y máximo goleador del torneo. El Barça forzó la máquina para atar su renovación y ponerle a salvo.

Después vendría su gloriosa actuación en el Trofeu Joan Gamper y los elogios de Frank Rijkaard -"Lo que ha hecho Messi ha sido impresionante"- y lo que aún tiene más valor, del técnico de la Juventus Fabio Capello: "Tiene un futuro extraordinario, Nunca había visto un jugador de tanta calidad a su edad".

Nuevamente estalló el problema de su situación federativa.

Javier Tebas, vicepresidente de la LFP y tan aficionado como Mourinho a las maniobras de distracción, se empeñó en evitar que Leo jugara en la Liga española mientras el argentino ya podía hacerlo en la Liga de Campeones.

Conseguida la nacionalización, Messi aterrizó en el campeonato doméstico con tanta pujanza que llevó a la suplencia a un gran futbolista como Ludovic Giuly para el clásico de los clásicos, el Real Madrid-Barça. En el Bernabéu, junto a Ronaldinho y Eto'o, destrozó a los galácticos. Así, hasta la cita del pasado miércoles, en la que Chelsea y Barça se jugaban la clasificación, el orgullo y la jerarquía. Leo no se arrugó ante las patadas y los codazos de Robben y Del Horno, ni con los abucheos de los aficionados 'blues'.

Puede que su 1,68 metros y sus 18 años no intimiden a los rivales, pero su actitud sobre el terreno de juego es el de un astuto y experimentado veterano de 30 años. Su paisano Mario Alberto Kempes, uno de los grandes, le bautizó como la 'pulga atómica' y ayer comparaban su juego, una vez más, con el del mejor Diego Armando Maradona.

Leo Messi encaró una y otra vez a sus defensores ignorando las patadas, marcó decenas de diagonales y envió un precioso disparo a la cruceta de la portería que mereció acabar en gol. Pero 'Mou' no está para esas historias.