prueba del mazda cx-3

Mazda CX-3: con carácter propio

El CX-3 es la excusa de Mazda para seducir tanto a los jóvenes aventureros como a los paladares más refinados.

El Mazda CX-3 refleja la filosofía de la marca en un SUV pequeño.

El Mazda CX-3 refleja la filosofía de la marca en un SUV pequeño. / MAZDA

Laerke Saura Birk

Los últimos años para Mazda han sido una explosión de creatividad a la hora de diseñar vehículos. La marca nipona ha dejado clara su filosofía de “menos es más”, y trae al mercado unos vehículos que siguen el camino de la sensatez en el diseño con detalles altamente cuidados, sin abusar de las pomposidades.

Aun así, Mazda no quiere dejar de lado a ese público joven y aventurero al que tanto le gusta conducir, y trata de acercarse a él con el CX-3, el SUV pequeño de la casa. Marcado por un carácter japonés, este vehículo llega para pisar fuerte tanto los asfaltos urbanos como interurbanos, y se reencuentra así con un cliente cada vez más exigente que busca un SUV distinto, fresco, y explosivo.

La unidad probada monta un motor de gasolina de 2.0 litros 150 CV de potencia, con tracción a las cuatro ruedas 4WD. El acabado Luxury Pack White + Travel queda un poco justo en cuanto a extras de seguridad disponibles, pero completa la experiencia en términos de confort y diseño. Sin duda, estamos ante un coche del que se espera mucho, pero que supera la prueba con nota después de estar a las garras de un conductor con ganas de jugar con sus pedales.

PENSADO PARA SER CONDUCIDO

Entrar dentro del CX-3 es una experiencia de contrastes. Aunque por fuera pueda parecer un coche pequeño (de hecho, se parece más a un compacto que algunos de sus rivales como el Nissan Juke o el Toyota CH-R), el interior no se queda corto de espacio en la parte delantera.

El puesto de conducción es cómodo, de fácil accesibilidad. Los asientos son especialmente confortables y ofrecen un buen agarre. Eso sí, los que disfrutan de una posición elevada quizás se encontrarán un poco hundidos en un CX-3 comparado con la experiencia que ofrecen otros SUV. Pero esta ya es una cuestión de gustos.

Si nos vamos detrás, queda claro que el CX-3 no es un vehículo pensado para familias ni para transportar grandes bultos. Mazda ha decidido sacrificar el espacio trasero para concentrar sus medidas en unos escasos 4,2 metros. Las tres plazas son oscuras y las ventanillas muy pequeñas, y el espacio entre el techo y asientos delanteros es claramente mejorable. Lo mismo pasa con el maletero, no es exageradamente pequeño, pero sus 350 litros no dejan capacidad para grandes cargas.

El salpicadero destaca por la sobriedad en su diseño, con un acabado muy correcto. Este se completa con la tecnología digital del head-up display y la pantalla táctil central, algo complicada de utilizar cuando arrancamos el vehículo, ya que solo puede ser manipulada con unos mandos situados al lado del freno de mano (que, por cierto, es de palanca). Cabe decir que no es compatible con Android Auto ni Apple Car Play.

SENSATO Y JUGUETÓN

Tras la prueba, queda demostrado que cuando un joven se sube a un puesto de conducción como el del Mazda CX-3, le va a costar bajar a cualquier otro segmento. Lo que lo consigue, en gran medida, es su motor: suave, flexible, silencioso y constante. Su caja de cambios automática de 6 velocidades tampoco es nada aparatosa. El CX-3 también puede adoptar carácter juguetón y más explosivo gracias a su modo de conducción Sport, que acentúa su aceleración.

El motor no es exageradamente glotón, pero los consumos tampoco son bajos, situándose en 6,3 l./100 km combinados. Por lo tanto, la cifra puede parecer algo elevada para quién se esté pensando en adquirir un vehículo sostenible, pero entra dentro de lo que se puede esperar de un SUV de gasolina.

Es especialmente cómodo su sistema de Start&Stop, que hace una transición muy ligera e imperceptible de apagado y encendido del motor. Por su lado, los frenos son claramente mejorables, al igual que la suspensión trasera, que nos da un argumento más para convertir el Mazda CX-3 en un coche ideal para dos ocupantes con ganas de vivir fuertes emociones desde un punto de vista sensato.