LA ÚLTIMA

Simoncelli, uno de los nuestros

Emilio Pérez de Rozas

Lo saben. Y no piensan en ello. Forma parte de sus vidas. De la de fuera y de la de dentro de los circuitos. Han nacido con ello. O, mejor aún, aprendieron tan de pequeños a compartir el respeto que les da el miedo, el peligro, el riesgo, la herida, las fracturas, las lesiones, las caídas, las operaciones, el daño, la muerte, sí, la muerte, que forman parte de ellos. Y, por tanto, no piensan en eso. O sí, claro, pero procuran no tenerlos a flor de piel. Y, en ese sentido, intentan trabajar su cuerpo y su mente para no caer en la tentación de reflexionar sobre la posibilidad de hacerse daño. E, incluso, mucho daño.

Y, además, procuran prepararse fisicamente como elefantes, como tigres, como gladiadores para que, llegado el momento, ese entrenamiento, tanto el musculoso como el ágil, ese saber caer y dar volteretas cual yudocas, les permita huir, escapar, a ese destino que conocen cerca, suyo, de su profesión, parte de su gloria y de la admiración que provocan. Pero también, sí, exigen a los que organizan las carreras que la seguridad dentro de los circuitos y, por supuesto, los medios médicos (helicóptero incluído) adquieran el mayor nivel.

Marco Simoncelli, uno de los pilotos grandes, llamado a ser inmenso, campeonísimo y, por qué no decirlo, brillante, magnífico, perdió la vida ayer en el trazado de Sepang. Y lo hizo siendo atropellado por dos de sus compañeros de fatigas, por dos que lo querían bien, que lo admiraban, que eran sus amigos como son el norteamericano Colin Edwards y Valentino Rossi. No pudieron evitarlo porque 'Sic' se cayó, se deslizó, rodó por el asfalto justo en la dirección, sí, que sus dos veteranos amigos estaban trazando la curva 11 de Sepang. Ellos, ya estaban inclinados y Simoncelli, agarrado a su moto, apareció por la izquierda, barriendo en su camino todo lo que encontraban.

Simoncelli murió atropellado. Ni chocó contra un muro como le ocurrió, hace ocho años a Daijiro Kato, otro de los inmensos, ni tuvo la posibilidad de caer mal, como Wayne Rainey y quedar paralítico, pero salvar la vida. No, 'Sic', el muchacho que había sido criticado por ser demasiado agresivo, se tumbó en el asfalto, trató de agarrarse a su moto, como si se agarrase a la vida (“ese es un gesto instintivo que hacemos todos los pilotos cuando nos caemos, agarrarnos a la moto como si fuese a protegernos”, cuenta Jorge Martínez 'Aspar'), pero llegaron otras dos motos y una, no importa cuál, no importa quién, le dejó marcada la rueda delantera en su cuello y una bota en su casco, que salió rodando por la pista en el primer impacto, bueno, en el único. Hubo quien vio esas marcas. Y no dormirá ni hoy ni mañana. Es la marca de la profesión de Simoncelli. La que le mató de, por y con pasión.