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El Don de la oportunidad: Perdónalos corredor, porque no saben lo que hacen

Has tenido un día de mierda. En el curro te has comido un marrón del quince por culpa de un trepa chivato y cobarde que ya no sabe qué más hacer para minar tu reputación y obtener tu puesto. Para desahogarte y no dispararle con la grapadora automática en un ojo, te encomiendas al Karma convencido de que a cada cerdo le llega su San Martín; y piensas también en que tendrás la oportunidad de soltar todo lo que llevas dentro en los cambios de ritmo de esta tarde. Pero tendrás que emplearte a fondo para soltarlo todo, porque no contabas con que durante la hora de la comida un niño cabrón fuese a proyectar un trozo de pan con ketchup contra tu americana; la vena de tu frente adquirió dimensiones sin precedentes.

Pero finalmente llega la tarde y con ella tu hora de entrenar. Corres abstraído, perdido en tu mundo interior. Tus problemas se van diluyendo poco a poco en el camino y conviertes ese momento en tu refugio personal. Una especie de trance atlético; el chamán se mete peyote y tú te metes kilómetros.

En pleno éxtasis, una voz penetrante irrumpe en tu mundo sin pedir permiso, como un tractor en un campo de golf, y su piedra cae en tu lago de agua plana y cristalina con un: “Perdona, ¿para ir al centro?”. Al tipo no le basta con preguntar sino que además se interpone físicamente entre tú y tu ruta, obligándote a parar o a esquivarlo.

Lo primero que piensas es que desearías entrenar en pista para tener zapatillas de clavos (y llevarlas puestas en ese momento) para clavárselos todos en las costillas mediante una cinematográfica patada voladora. Pero párate a pensar… el pobre hombre está perdido, no hay nadie más pasando por ahí a esas horas y lleva largo tiempo dando vueltas en círculo como un gilipollas con un mapa en la mano. Es obvio que no ha entrenado nunca; sabe que no hay que despertar a un sonámbulo pero no sabe que no hay que parar a un corredor. Él es un náufrago y tú su barco.

Otro ejemplo. Estás en plena competición; llevas largo tiempo preparándote para atacar a tu marca personal de 10k en la fecha de hoy. En la salida te envalentonas (ver este y otros errores antes de competir aquí) y te la juegas un poco con el ritmo. Te sale bien la jugada porque a falta de 1km vas camino de batir tu marca, pero también es cierto que llevas las piernas como dos bombonas de butano. En este momento crucial tu capacidad de sufrimiento y los ánimos del público juegan un papel primordial. Pasas por una rotonda bastante desierta, custodiada por un voluntario encargado de cortar el tráfico cuando pasan los corredores. Y precisamente eres testigo de cómo ejerce su función con un conductor que pretende pasar y que, con los ojos inyectados en sangre y braceando enérgicamente grita a tu paso: “¡¡A ver por qué coño tengo yo que esperar a que pasen todos estos fantoches disfrazados!! ¡¡Tengo prisa!!”. Tú reaccionas como si hubieras visto al mismísimo Belcebú; tratas de memorizar la matrícula con la esperanza de que tu cuñado el policía te pueda echar un cable revelándote la identidad y el domicilio del individuo en cuestión. Ya con esa información irías a Leroy Merlin para comprar un punzón, una brocha y decapante; acto seguido irías a su barrio y, tras localizar el vehículo, le pincharías las cuatro ruedas por los flancos y le escribirías en el capó con decapante el clásico pero imperecedero hijo de puta. Te has dejado llevar por la ira y la obcecación cuando, si en su lugar le hubiésemos dado un brochazo de empatía a la situación, podríamos haber encontrado una justificación al comportamiento del energúmeno. Y es que el pobre hombre también ha sido víctima de un día de mierda, porque en el curro es también víctima de un trepa, porque esta mañana le han clavado una multa de tráfico, y porque además ayer la comida del “sushi-chino” estaba medio rara y como tarden mucho en dejarle pasar se va a cagar en el asiento del coche.

Ese sitio tan desconocido, el lugar del otro. Esto es un abucheo al ego y un llamamiento a la empatía, para todas las partes. Disfrutémonos.


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2 COMENTARIOS

  1. Puffff! Casi m ahogo al leerlo, m h kedado sin aire…! Jjjjjjjj
    Ese principio m resulta familiar

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