El VAR y la mano de Dios

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Joan Mª Batlle

Joan Mª Batlle

Que el campeón del mundo quede eliminado en la primera fase del Mundial ya no es noticia, sin ir más lejos lo que le ha ocurrido a Alemania este año le ocurrió a España en Brasil en 2014, pero que los árbitros se equivoquen menos, rectifiquen algunas de sus decisiones y sean infinitamente más justos de lo que nunca hasta ahora lo han sido en toda la historia del fútbol, sí lo es. Y una excelente noticia, además. El VAR es la estrella del Mundial. A mí me convence todo, el funcionamiento y la aplicación. Me gusta que todo el mundo se muestre respetuoso con el sistema, que los propios árbitros se lo tomen como una ayuda positiva y no como una intromisión para dejarles en evidencia. Me gusta que los futbolistas y los aficionados acepten las decisiones en la seguridad de que se está haciendo justicia. El VAR acabará con más del cincuenta por ciento de las injusticias. Y de eso, los Mundiales saben mucho.

El gol fantasma de Hurst que dio el título a Inglaterra en 1966; la mismísima mano de dios del Argentina-Inglaterra de cuartos de final del 86; el penalti de Sensini a Völler en la final Argentina-Inglaterra del 90; el centro de Joaquín que no traspasó la línea de fondo en el Corea-España del 2002... ¡Fíjense lo que hubiera cambiado la historia con el VAR! No entiendo a los que defienden que con el VAR se pierde la esencia del fútbol, como si el éxito de este deporte estuviera en la trampa, el error o las discusiones de bar, con ‘b’, de los aficionados y no en la técnica, la condición física y la estrategia táctica.

MARADONA. Puede que con el VAR se pierdan historias que acaban en leyenda, como la de la ‘Mano de Dios’. Aquella tarde del 22 de julio de 1986 en la que Diego Armando Maradona abrió el marcador de los cuartos de final contra Inglaterra rematando con la mano, lo que ocurrió es que una trampa del mejor jugador del mundo provocó un error arbitral y, en consecuencia, una gran injusticia. Una estafa, en definitiva. Afortunadamente, cinco minutos después ocurrió algo diametralmente distinto, positivo, espectacular, el mejor gol de la historia de los Mundiales elaborado y ejecutado por el propio Maradona.

Esa sí es la esencia del fútbol. Pero una cosa no quita la otra. Con el VAR, el resultado de aquel partido hubiera sido empate a uno y nadie puede saber lo que hubiera ocurrido. En cambio, lo que sí sabemos es que Maradona entró aquella tarde definitivamente en la leyenda y la confesión de que el gol fue con “la mano... de dios”, antológica frase que unía la emoción y pasión de un pueblo con la dimensión casi religiosa de Maradona en Argentina, pasó a la historia del fútbol. La mano de dios redimió a Maradona y Maradona acabó ganando su primer y único Mundial. 32 años después, ya no habrá más manos de dios. Habrá menos épica pero más justicia. Lo que ya no puede evitar el VAR es la degradación del que, en un hipotético túnel del tiempo, hubiera sido su gran damnificado. La mano de dios ha mutado en el rostro de la decadencia.

Es muy doloroso asistir en directo a la autodestrucción personal de quien fue el mejor futbolista del mundo e ídolo de masas. Maradona no merece ser el protagonista de una película de terror, la película de su caída, o recaída, al mundo de los infiernos. No quiero hurgar en una herida que lamentablemente lleva más de veinte años abierta, pero a Maradona hay que ayudarle en lugar de pasearle con todas sus miserias ante las miles de cámaras de televisión del Mundial. Probablemente él no esté en condiciones de entenderlo, pero su familia y los dirigentes de la AFA y la FIFA tienen la obligación de proteger su imagen, la del héroe de la mano de dios, sí dios, porque un día Diego fue el dios del fútbol.

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