¡Qué pringao!

Alex Corretja

Alex Corretja / ARCHIVO.

Alex Corretja

Alex Corretja

Tengo diez años y acabo de entrenar tres horas de tenis, de las nueve de la mañana a las doce del mediodía. Toca empezar con la preparación física que normalmente dura 60 minutos. Somos un grupo de unos 15 o 20 chicos de entre 16 y 20 años, por supuesto, yo soy el más pequeño con diferencia. En principio, a todos nos encantaba el tenis y dedicábamos gran parte de nuestra vida a luchar por un sueño: convertirnos en jugadores profesionales o, al menos, eso creía yo. El ‘profe’ en cuestión, Renato Olaondo, del que guardo un gran recuerdo, nos pidió hacer un circuito corriendo de aproximadamente seis kilómetros en el menor tiempo posible. Salimos juntos y enseguida cada uno cogió su ritmo de carrera hasta que, de repente, diez o doce compañeros decidieron coger un atajo que reducía a la mitad el total del recorrido y así se ahorraban varios kilómetros y, por ende, llegaban más rápido y con menor esfuerzo a la meta. Hasta ahí “todo bien”. Que cada uno haga lo que quiera con su vida. 

El problema viene cuando parte del grupo de los “listillos” se dedicaron a llamarnos “pringaos” de forma repetitiva a los que decidimos seguir el camino correcto. Yo tenía solo diez años y reconozco que me dolió mucho. Cuando estábamos por aparecer cerca del profesor, ellos salieron como rayos y nos superaron con facilidad consiguiendo mejores marcas. A mí me dejó una clara lección de vida, los atajos no van con mi forma de ser. Por cierto, todos los que me llamaron “pringao” ese día, jamás tuvieron la más mínima opción de ser tenistas profesionales.

A los 16 años ya entrenaba seis/siete horas cada día. Veía claramente que mi carrera iba a ser la de tenista y no me planteaba ninguna otra posibilidad, aunque conllevase unos “sacrificios” que en esas edades eran difíciles de asimilar: tres horas de tenis por la mañana, una hora de físico, 30 minutos para comer, dos horas de estudio al mediodía y por la tarde una hora de tenis combinada con otra de físico. 

Llegaba el fin de semana y la mayoría de mis amistades salían a la discoteca por la tarde. Yo, en cambio, entrenaba, competía, o estaba de viaje. Y si estaba en casa lo único que me apetecía era descansar porque estaba reventado. ¿Os imagináis cuál era la reacción de la mayoría de mis amigos cuando me ofrecían salir de marcha y yo les rechazaba una y otra vez? “¡Qué pringao!” Otra vez la maldita palabra. Yo sabía lo que quería y no me importaba, pero, por momentos, me cuestionaba si no tendrían razón. 

Los años me demostraron que perseguir un sueño era de las cosas más bonitas que me podían pasar y que se hiciera realidad lo convirtió en mágico para el resto de mi vida. La enseñanza más grande que saqué de toda esa época fue que debes seguir tu camino sin importarte lo que los demás digan o piensen de ti. Siendo responsable y siguiendo mis instintos, 36 años más tarde puedo decir con orgullo que “ser un pringao” fue la mejor decisión que pude tomar en mi vida.

LA SOLIDARIDAD NOS UNE

En este tiempo de confinamiento no nos cansamos de ver el lado más humano de los deportistas, actores, cantantes y un largo etc… aportando cada uno, a su manera, su granito de arena en forma de vídeos de ánimo, canciones o mensajes de positivismo en una lucha contra un virus que ha conseguido unirnos como nunca antes. Deseo que no pare y que pronto salgamos de esta terrible situación. 

LOS GRAND SLAMS ROMPEN LA HUCHA

Se celebren o no, “los tres grandes” restantes de la temporada han decidido aportar varios millones de dólares para que la base de su tenis siga creciendo. Gracias al colchón financiero que atesoran serán capaces de mantener una regularidad económica para que el deporte de la raqueta no se estanque. Aquí las ayudas son menores porque no existen los recursos necesarios comparado con otros países y, aun así, siguen saliendo jugadores excelentes de forma constante. El mérito del tenis español es infinito.