Neymar, talento y soberbia

Neymar no puede evitar la emoción al acabar el partido contra Costa Rica

Neymar no puede evitar la emoción al acabar el partido contra Costa Rica / AFP

Rubén Uría

Rubén Uría

Si la humildad le persiguiera, jamás le alcanzaría. A Neymar Júnior la vida le besó en la boca, regalándole un talento natural para jugar como los ángeles. Tiene calidad suprema, es capaz de levantar a la gente de sus asientos y es pura samba. Nadie discute su fútbol ni sus ganas de ser el mejor. Si tiene que sacrificarse para regresar de una lesión, lo hace. Si tiene que competir cojo, compite. Y si Brasil le necesita, jamás se esconde. Le adornan todas las cualidades de un gran campeón. Sin embargo, también reúne una serie de actitudes que afean su magia, rebajando su estatura como deportista: Neymar es bicicletas, caños y fintas, pero también insultos, simulaciones y protestas. En lo primero, gloria. En lo segundo, bajeza.

Dos caras conviven en un mismo jugador. Neymar puede regatear a su sombra, hacer diabluras con la pelota y superar cualquier defensa, al tiempo que insulta, provoca, finge o humilla a rivales, si es que no está enredado en despreciar al árbitro de turno. Con el VAR, el simular se va a acabar y Neymar tiene dos caminos: moderarse o reincidir. Su inmenso ego extiende cheques que su fútbol todavía puede pagar, pero algún día el orden de los factores alterará el producto. Lo suyo no agrada: su show continuo, su circo rodante, sus peinados extravagantes, sus posturitas o sus likes. Sus excesos, su séquito, su entorno. Su naturaleza comercial, su plan empresarial, siendo un gran futbolista de cintura para abajo y una caja registradora de cintura para arriba. Neymar es excesivo y corre el riesgo de ser devorado por su personaje. Por una prótesis insoportable que él retroalimenta: la de un niño consentido, altanero y mal criado. Y nadie está tan vacío como quien se llena de sí mismo.

Todo en Neymar es una hipérbole. Su clase y su circo. Su fútbol y su show. Su regate y su manera de insultar. Su alegría con el balón y su antipatía sin él. Cuando sólo se centra en la pelota es gigante. Cuando la pierde de vista, cada vez es más pequeño. Dicen que el peor enemigo del talento es la soberbia. Si no respeta a los demás, nadie le respetará a él.