Mensaje a Ceferin para parar el golpe

Joan Laporta

Joan Laporta / Valentí Enrich

David Bernabeu

David Bernabeu

Tras un par de horas de exposición pública, desapareció al instante Joan Laporta a través de la puerta del back-stage del Auditori. Desde entonces, un sinfín de lecturas acerca de su puesta en escena y del contenido de su discurso. Una lupa amplísima, de peso y, como casi siempre sucede, dispar en el prejuicio. Mano de hierro ante los indicios de culpa, inhibición frente a la presunción de inocencia.

Si consideramos la gravedad del caso y a lo que se enfrentaba, Laporta salió ligeramente airoso de la cita. No digo que convenciera, pero es incuestionable que manejó su talento comunicativo y lo puso al servicio de todo aquello que podía defender. Lo hizo para enfatizar una de las aristas básicas de la causa: que el Barça jamás compró árbitros y que, en consecuencia, ni hay ni habrá lugar ni para el delito ni para la corrupción deportiva.

Laporta cree que ni existen ni existirán pruebas que concluyan que la competición se adulteró y lo defendió como carta de reivindicación y de limpieza del mejor Barça de la historia. Ese era un punto clave, para frenar una eventual espantada de patrocinadores y allanar cualquier duda en los inversores del Espai Barça.

El presidente, a partes iguales, remató sus zonas de confort denunciando - otra vez - un linchamiento público sin juicio, las tribulaciones de Tebas o la personación particular del Real Madrid, a quién Laporta atizó - y no sin fundamento - como no se le recuerda a un mandatario culé en la historia contemporanea. Todo ese “pack” hubiera ganado otro cuerpo si el dirigente hubiera abierto el micrófono pidiendo perdón por haber mantenido, en los siete años de su primer mandato, esos pagos. En eso se equivocó Laporta. El conflicto de intereses es evidente, reprobable e indefendible; y debería haberlo reconocido con naturalidad. Queda por saber qué hará Ceferin. Si le compra el muñeco de ayer, Jan habrá parado el primer golpe.