La maravillosa impureza de la selección francesa

Griezmann, celebrando el título con sus compañeros

Griezmann, celebrando el título con sus compañeros / EFE

Ernest Folch

Ernest Folch

Veinte años después de que la Francia de Zidane, Henry o Thuram conquistara por primera vez un Mundial, sus ‘hijos’ futbolísticos han logrado la gloria por segunda vez. Esta vez se llaman Mbappé, Griezmann, Matuidi, Pogba o Umtiti, pero tienen en común con aquella Francia del 98 un rasgo fundamental: son casi todos hijos o nietos de inmigrantes, la mayoría de raíz africana y de procedencia de barrios muy humildes y en algunos casos extremadamente marginales. Ninguna selección supera a la francesa en porcentaje de origen inmigrante entre sus seleccionados: más de un 75%, cifra a la que solo se acerca una Bélgica que ha sido la revelación del torneo.

Es imposible encontrar más mestizaje y variedad de orígenes que el de esta selección ‘bleu’. Mbappé tiene padre camerunés y madre argelina. Griezmann, padre de origen alemán y madre-nieta de portugueses. Paul Pogba es de origen guineano y la familia de Matuidi proviene de Angola. Las raíces de Dembélé llegan a Mali, Mauritania y Senegal, y Samuel Umtiti nació en Camerún. N’Golo Kanté resume mejor que cualquier otro la épica de esta generación: de origen maliense, mientras veía a Zidane conquistar el Mundial 98, tenía que vivir con solo siete años de recoger basura por la calle con su padre, que lo dejó huérfano cuatro años después tras morir de una enfermedad.

Francia ha vuelto a la cima del fútbol cuando ha vuelto a tener sangre maravillosamente impura y africana en sus venas. Hasta el Mundial 98 Francia era una selección importante, pero que solo había conquistado una Eurocopa (1984) y no había pasado de ser tercera en Suecia 58 y México 86. Su eclosión llegó el 98 y ha vuelto a estallar en Rusia. Estos 20 años han sido los más fructíferos de su historia: entre los dos títulos logró una Eurocopa (2000) y dos subcampeonatos (del Mundial Alemania 2006 y de la Eurocopa Francia 2016). Es decir, una Francia antes de la entrada de la sangre inmigrante y otra después. Esta eclosión de futbolistas franceses, en su mayoría de origen africano, ha convertido al país galo en la mina de oro del fútbol europeo. Solo Barça y Atlético suman ochos jugadores de nacionalidad francesa, y una Liga tan potente como la Premier cuenta con 26 franceses a poco de cerrar el mercado. Quedan lejos los tiempos en los que Francia no exportaba y no pintaba nada. Bastó que entrara sangre impura para que se diera la vuelta a la tortilla.