#Justice for... la F1

Fernando Alonso , sancionado tras la carrera en Austin

Fernando Alonso , sancionado tras la carrera en Austin / AFP

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

Lo habrán visto en las redes sociales. #JusticeforAlonso se ha convertido en un hastag viral. La inadecuada y absurda penalización que le metieron al piloto asturiano por terminar el GP de Estados Unidos sin uno de los retrovisores de su Alpine ha soliviantado los ánimos del personal. Y con razón. No porque la pérdida de este elemento supusiera un elemento de peligro en plena carrera -lo que nadie discute, como tampoco haremos con lo que pasó con el bargeboard del Red Bull de Checo Pérez que, pese a que también se despegó del coche, quedó impune-, sino por la forma en que se aplicó: sin advertencia preliminar por medio de la bandera correspondiente, y admitiendo una reclamación presentada fuera de tiempo por el equipo Haas, cuya bulimia de puntos quedó parcialmente correspondida al no prosperar el chivatazo sobre el vehículo del mexicano.

Si lo que querían era calentarle la boca a Alonso para animar la primera rueda de prensa en el Hermanos Rodríguez: objetivo cumplido. Pero la falta de racionalidad en la aplicación del castigo sobre uno de los pilotos que más espectáculo da en la pista -lo de Austin fue la pera y si algo merecía es un aplauso y no una colleja- huele a chamusquina y desprende un tufillo de tal aroma que no hace sino hacernos pensar en una vendetta por las declaraciones del español a propósito de la (nefasta) actuación de los comisarios en la carrera de Miami. Y la cosa no debería ir por ahí, ciertamente. Todo ello dimensiona la F1 como algo demasiado tóxico, que emponzoña casi todo lo que toca, y no siempre con las artes más nobles.

A Eduardo Freitas, que hasta el GP de Japón estuvo repartiéndose con Niels Wittich el rol de Director de Carrera en las pruebas de F1 de este año, le acaban de “meter en la nevera” para las carreras que quedan este año, en un gesto que parece el castigo a la peligrosísima salida de la grúa para extraer el Ferrari accidentado de Carlos Sainz en la primera vuelta de Suzuka.

Ignoro qué porcentaje de responsabilidad en la chapuza recae directamente sobre la actuación de Freitas, pero cuesta creer que fuera el único culpable en una maniobra que requiere de la intervención de varias personas… y más en un lugar con un precedente como fue la tragedia de Jules Bianchi.

Durante más de veinte años, el portugués se ha labrado una fama de ser alguien con una praxis impecable en el ámbito de los turismos, los GT o las carreras de resistencia. Y ahora, por una (supuesta) cagada -grave, sí; pero una- todo el prestigio ganado a pulso durante tanto tiempo se ha ido al garete en un pispás.

La elección de un chivo expiatorio, solo uno, parece tan fácil como tentadora para endosarle el mochuelo a este pobre lázaro. Y muy ocurrente para desviar la atención en un momento donde a la FIA no paran de explotarle minas a sus pies. La F1 merece un mayor rigor en su gestión y, sobretodo, unos criterios que hagan justicia al nivel que de sus rectores se espera. Me imagino a Michael Massi llorando de risa en su retiro australiano por todo lo que está rodeando a sus sucesores.

Unas lágrimas distintas a las que se vertieron en el homenaje de despedida a Dietrich Matteschiz -que merecía algo más lucido que la proyección de una diapositiva con una música tan “enrollada” como mal puesta-, o a las que no pudo contener el bueno de Daniel Ricciardo tras vivir una de sus carreras más nubladas.

El eslogan del GP de México de este fin de semana es el de “F1esta”. Y sí, tienen razón, la F1 debería ser esto: una fiesta… pero por esto y otros desatinos más demasiado frecuentes, los que mandan en ella la están empezado a convertir en un F…astidio.