Un jarrón de la dinastía Ming
Que un club pagase durante años al vicepresidente del Comité de Árbitros mientras estaba en activo, no tiene defensa. Hay un conflicto de intereses evidente. Aplíquese lo de la mujer del César.
Eso es tan cierto como que, por ahora, no han aparecido pruebas sólidas que prueben correlación alguna entre los servicios ofrecidos por la empresa de Enríquez Negreira y un presunto trato de favor arbitral. Según varios árbitros, Negreira no tenía peso alguno en las designaciones, pero sí acceso a abundante información de su gremio.
Entre los colegiados, la indignación es máxima. Por eso resulta incomprensible que el CTA siga sin presentar una querella. Al parecer, según Medina Cantalejo, actual jefe de los árbitros, Negreira era un señor que pasaba por ahí, del que se sabía poco y decidía menos. Era un elemento decorativo, dicen. Un florero. Un jarrón chino de la dinastía Ming.
Precisamente por eso, los socios del Barça están obligados a preguntarse quién contrató a Negreira, por qué sus honorarios eran tan elevados y por qué se pagó durante años, cuando hasta un niño de teta se habría dado cuenta de que, esa relación, tan larga como estúpida, era tóxica.
El FCB tiene dos caminos y debe elegir: El primero, culpar al empedrado y la prensa; y el segundo, ponerse a disposición de la justicia, explicar quién firmó ese contrato a Negreira y por qué cuatro presidentes distintos no pararon eso.
Los pagos a Negreira son inmorales. No hay bufanda que valga cerrar los ojos a unas prácticas que, a nivel ético, son indefendibles. Y si uno es socio del Barça, no es menos blaugrana por reconocerlo.
Incluso en el supuesto caso de que Negreira quisiera chantajear al club, el Barça pagó lo que pagó, metiéndose en un berenjenal innecesario, con el dinero del socio.
De entrada, en este caso no habrá sanción administrativa porque los hechos están prescritos -la nueva Ley del Deporte en este aspecto es igual que la antigua por más que algunos mientan como bellacos-, pero está por ver qué pasa con este asunto si avanza la vía penal.
Mientras la justicia sigue su curso y mientras todo el mundo sea inocente hasta que se demuestre lo contrario, el Barça hacer autocrítica, depurar responsabilidades y responder preguntas incómodas.
Entre otras cosas, porque más allá del tiroteo legal, hay una bala que el Barça no puede esquivar, la de la condena social. Esa no prescribe. Acabe como acabe toda esta historia, tenga las consecuencias que tenga, el socio tiene algo claro: Si Negreira de verdad era un jarrón chino de la dinastía Ming, ha sido carísimo, porque ha causado un daño irreparable para la imagen del club. Un daño que no se puede pagar con dinero. Un daño que no merece el socio.
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