Identidad

Valverde, durante la rueda de prensa en la Ciutat Esportiva

Valverde, durante la rueda de prensa en la Ciutat Esportiva / JAVI FERRÁNDIZ

Xavi Torres

Xavi Torres

Ya se sabe que en el fútbol hay dos fases para dominar: cuando el equipo tiene el balón y, por supuesto, cuando no. Ambos aspectos son fundamentales para aspirar a la excelencia ya que ser experto en una e ignorante en la otra garantiza el fracaso. No hace falta profundizar mucho en el concepto porque todos tenemos en la memoria infinidad de ejemplos.

Viene a cuento la reflexión para introducir el debate futbolístico de hoy. Cuando el entrenador del Barcelona hace una alineación debe preocuparse de los equilibrios necesarios para jugar con y sin balón. ¿En qué piensa primero? ¿En marcar o en no encajar? Según decida, deberá elegir los actores.

En este aspecto, el Barça de hoy padece una indefinición preocupante que descoloca hasta a sus propios jugadores. Es evidente que, ante el Levante, Valverde quiso rock and roll una vez más. Ida y vuelta a todo trapo. Tres delanteros más Arturo Vidal, con De Jong de medio centro. Y pelea. Como con Semedo de lateral izquierdo y las limitaciones de Lenglet la salida de balón difícilmente es limpia se deben lanzar balonazos para dirimir la batalla en el juego aéreo -así llegaron el 1 a 1 y el 2 a 1-. Y cuando el balón, por fin rasea, con el holandés y el chileno, la pausa no es posible. Y como consecuencia, pérdidas permanentes de balón, separación de líneas, dibujos imposibles, nula continuidad en el juego, cero control del balón e inexistente juego de posición. Aunque parezca mentira, es el Barça del sábado pasado. Y el de los últimos tiempos. El que gana más que pierde -¡solo faltaría!- pero el que, incluso en las victorias, provoca más sombras que luces en su fútbol. Quizás sea mejor pensar que la cacareada reflexión interna que exigían Ter Stegen -de viva voz- y Messi -con su gestualidad- tras la afortunada victoria en Praga, hace hoy trece días, no se ha producido. De lo contrario, más que drama tocaría hablar de tragedia.

Hay quien opina que está bien pensar en el contrario y hay quien prioriza reforzar sus propias virtudes para someterlo. Con sus lógicos matices -nada es blanco o negro-, la historia del Barcelona ofrece en este sentido unas conclusiones muy evidentes: poseer el balón siempre ha salido más rentable que tenerlo que robar, correr poco y bien siempre ha dado más medallas que ejercer de atleta de área a área y ponerse el traje siempre ha dado más rendimiento que usar los guantes de boxeo.

La inercia de la idea de Cruyff y la práctica de Guardiola ha dado para mucho y, seguramente, todavía ofrecerá alguna alegría más pero da la impresión de que tener a Messi (mirar pieza adjunta) rodeado de tanta mediocridad colectiva no es la mejor de las fórmulas para perpetuar el éxito.