Héroes Olímpicos: Ben Johnson

Ben Johnson

Ben Johnson / GettyImages

Josep González

Josep González

E l 24 de septiembre de 1988, a la 1 del mediodía, en el Estadio Olímpico de Seúl sonó el disparo que daba la salida a la prueba que debía dirimir quién era el hombre más rápido del planeta. Un suspiro después, el canadiense de origen jamaicano Ben Johnson entraba vencedor por la calle 6. Sobrado, en los metros finales aún se dejó unas centésimas mirando de reojo a Carl Lewis por detrás en la calle 4 a la vez que levantaba el dedo índice de su brazo derecho indicando que era el número 1. Y no solo eso… había batido su propia plusmarca mundial de los 100 metros (9.83) con unos asombrosos 9.79 segundos.

Todos loaban a Johnson, era sobrenatural. Lewis, mientras tanto, deambulaba desolado por la pista: “Lamento no haber cumplido la promesa que hice a mi padre cuando coloqué en su ataúd la medalla de oro de los 100 metros de Los Ángeles. En ese instante le dije: ‘Duerme en paz. Te prometo que te brindaré otra igual en Seúl’. Siento que decepcioné a mi padre”.

La madrugada del 26, un teletipo de France Press conmocionaba a los Juegos y al mundo: ¡Ben Johnson había dado positivo! El atleta había sido cazado con estanozolol, un anabolizante. El runrún de la sospecha llevaba tiempo en los mentideros, pero no existían pruebas. Que si tiene los ojos amarillentos, que si sus músculos parecen inflados artificialmente… pero siempre daba negativo en los controles. El mundo, que hasta entonces miraba distante, sin debate, al dopaje, se dio de bruces con la realidad. Los ídolos del deporte también hacían trampas. 

Ben Johnson sería descalificado, le quitarían el oro y le suspenderían dos años. Perdería sus patrocinadores, su dignidad, le despojarían de sus récords... Cumplido el castigo, en 1991 volvería al tartán. Se clasificó para los Juegos de Barcelona, pero ‘Big Ben’, otrora fugaz como un meteoro, en las semifinales de los 100 metros tropezó en la salida y quedó último, igual que en el relevo 4x100. 

Un año después de Barcelona 92, volvería a las andadas. De nuevo positivo, ahora por testosterona. Su vida sería ya un despropósito. Haría de entrenador personal de Maradona, luego de uno de los hijos de Muamar Gadafi, participaría en una carrera contra un coche y un caballo… y, en 1999, el tercer positivo, ahora por hidroclorotiazida, un diurético prohibido para enmascarar productos dopantes. Lo tuvo todo para ser un héroe olímpico, pero prefirió ser un villano.