Gavi es un Rolex

Gavi marcó el primero del Barça

Gavi marcó el primero del Barça / Javi Ferrándiz

Rubén Uría

Rubén Uría

Si el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes, la Supercopa de España es el torneo menos importante de los torneos más importantes. Y sin embargo, la obligación del Barça, por presupuesto, inversión y plantilla, consistía en ganar la Supercopa.

Primero, por prestigio. Segundo, por imagen. Tercero, para reforzar su proyecto. Y cuarto, porque enfrente estaba el Madrid. Dicen las leyes no escritas del fútbol que las finales no se juegan, se ganan. Y el Barça no solo ganó, sino que también gustó. Y eso es ganar dos veces. En el marcador y en el juego. 

Xavi Hernández, al que algunos saltimbanquis siguen comparando con Koeman, ya tiene su primer título oficial. Lo ha ganado como siempre dice que quiere ganar: con estilo, con la búsqueda del tercer hombre, con extremos abiertos y con el toque.

Ese del que se reniega cuando se pierde y el que se abraza cuando, además de jugar bien, se gana. Xavi sonríe. Para él no es ganar, sino cómo se gana. Y el Barça ganó con merecimiento, con dominio y con fútbol de alto nivel. Para algunos, nada. Para otros, todo. En el desierto, la tormenta perfecta fue azulgrana. 

De Jong dio un recital, Busquets rejuveneció cinco años, Araujo fue infranqueable, Pedri completó una exhibición y Dembélé jugó con sexta velocidad. Para todo lo demás, como Mastercard, estuvo Gavi. El niño tiene 18 años, pero es todo aquello que un aficionado le exige a un profesional de alto nivel. Pelea, calidad, sacrificio, inteligencia y llegada.

Juega como si no tuviera límites y en el campo, no los conoce. El todoterreno de Los Palacios estuvo en todos sitios: presionó, robó, rascó, asistió y marcó. Se ofreció siempre, no se escondió nunca y demostró que tiene la virtud que adorna a los más grandes: una ambición desmedida. Es un pequeño volcán que siempre quiere más. 

La caverna, que insistió en que Gavi era un caprichito de Luis Enrique, le falta cueva para esconderse. El Madrid, al trote en el primer acto y descosido en el segundo, fue un muñeco de trapo en manos del Barça. Acostumbrado a ser muy fiable, el Madrid reventó. Cometió errores de bulto, estuvo siempre a remolque y cayó con estrépito. Si el equipo de Ancelotti parecía un Rolex hace meses, en Arabia fue un Casio. Uno sin calculadora y roto. 

El equipo azulgrana ganó con merecimiento. No le ganaba una final a partido único al Madrid desde 1990 y precisamente por eso, el Barça saboreó el título. Para todo lo demás, Don Pablo Martín Páez Gavira, ‘Gavi’. Nadie sabe si es mejor con balón o sin balón. El niño es un pequeño Napoleón. Un volcán en miniatura en permanente erupción. Un animal competitivo. Un monstruo de 18 años al que hay que tratar de usted. Este sí es un Rolex. 

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