Democracia blaugrana, oligarquía blanca

Benedito

Benedito comunicó este jueves su iniciativa / Marc Casanovas

Ernest Folch

Ernest Folch

Los destinos de Barça y Madrid no solo se cruzan en el césped sino también en los despachos. El mismo día en el que el Madrid anunciaba unas elecciones fantasmagóricas que no se celebrarán porque solo se presentará un candidato (el de siempre), la oposición barcelonista, encabezada por Agustí Benedito, daba un paso adelante y anunciaba una inminente y más que probable moción de censura. Las dos situaciones revelan no solo el estado de ánimo actual de las dos entidades sino algo más profundo que tiene que ver con su identidad. En un lado, Florentino reeditará una vez más su mandato sin tan siquiera pasar por las urnas, algo que explica muy bien su fortaleza personal pero también la debilidad del club que preside, en el que nadie es capaz de atreverse ni siquiera a levantar la voz. El Madrid puede ganar todas las Champions que quiera, pero emite señales más propios de una república bananera que de una institución del siglo XXI, por mucho que los asesores presidenciales se esfuercen en explicar lo contrario. En el otro extremo, convulsionado por la entrada en prisión de su último expresidente, la derrota en los tribunales por la Acción de Responsabilidad de la directiva actual y unas turbulencias judiciales que no cesan, el Barça ve como planea por encima de su cabeza la posibilidad de una moción de censura justo en el momento en el que se inicia el nuevo proyecto de Ernesto Valverde. Benedito argumentó ayer que el Barça sufre “la peor crisis institucional de su historia” y si bien es evidente que el socio del Barça no puede estar contento con muchos de los acontecimientos que está viendo, no es menos cierto que hubo elecciones hace tan solo dos años, en las que los socios expresaron libremente su opinión. El movimiento de Benedito es perfectamente legítimo, se ha usado varias veces a lo largo de la historia y por eso está previsto en los estatutos, pero dio la sensación de equivocarse de estrategia, gastando una bala precipitadamente y con escasas posibilidades de éxito, sin que medie un encuentro para intentar recabar apoyos. Como era de prever, ya se han escuchado las voces habituales que acusan a los opositores de promocionar la autodestrucción y otras teorías similares que se ve que no valían cuando eran otros los que promovían las mociones: se ve que entonces no se trataba de destruir sino de salvar el club. Pues bien: más allá de la oportunidad o no del momento de anunciar una moción, el Barça demuestra ser un club democrático y fiscalizado, donde los temas deben pasar una exigente lupa pública, como debe ser. ¿O es que algunos preferirían tener la paz anestesiada de la oligarquía blanca?