Opinión

Bienvenido al mundo real, Xavi

Xavi Hernández durante la rueda de prensa previa al encuentro liguero contra Osasuna

Xavi Hernández durante la rueda de prensa previa al encuentro liguero contra Osasuna / Valentí Enrich

Treinta y ocho años de profesión me contemplan, que no son pocos. Escuchando ayer a Xavi, que cumplió cuarenta y cuatro hace una semana, me sentí más veterana que nunca. Me explico. Cuando uno pasa los mejores años de su vida amparado por el escudo del Barça como jugador, se deja ahí la vida a la par que crece, lo gana prácticamente todo con esa camiseta, suma lo nunca visto con la de la selección española y se convierte en compañero, capitán, referente y leyenda, dar el salto al otro lado de la banda vestido de calle es un premio y un aterrizaje sin frenos en otra realidad.

Máxime cuando tu primera experiencia es tan ligth como la de Qatar e inmediatamente después firmas por uno de los clubs más importantes del mundo. El tuyo. El que te duele, el que te sana y el que te pone. Al que hubieras ido gratis, con todo en contra y una directiva para la que supones una solución de consenso y un muro de contención. Renuncias a un dinero pero pides rodearte de tu gente, exactamente igual que lo hace Joan Laporta, con todo lo bueno, lo malo, lo feo y lo bonito que ello supone. Llegas, te reciben cantando, te dan poco, te venden mucho y te ponen a los pies de los caballos. Aceptas, cobras y pagas. Pero sabes y saben que siempre vas a poner el nombre del Barça por delante ante cualquier circunstancia. Que te inmolarás si es ncesario. Hasta que te das de bruces con la realidad.

Si a mí me contemplan treinta y ocho años de profesión, a Guardiola le han hecho callo otros tantos como jugador y entrenador. Le escuchaba también ayer cuando reflexionaba sobre la complejidad y la dureza que supone formar parte de esta entidad. La veteranía hace que evite hablar de ‘crueldad’, como hizo el joven Xavi, pero sí de la presión tan distinta que se sufre en Barcelona versus el Manchester City en particular y la Premier en general. Apareció en su discurso una palabra clave: directivos. Ahí me detengo. Los que avalan y los que cobran. Los Laporta o Yuste y los Deco o, antes, Mateu Alemany y Jordi Cruyff. Los que, en bloque, son arte y parte de un micro sistema pseudo profesional, muy familiar, que tanto Pep como Xavi saben como funciona mejor que nadie. Y lo que supone trabajar para él como técnico del primer equipo masculino de fútbol profesional. A los jugadores los dejo al margen. Ellos juegan otra liga mucho menos sentimental y bastante más egoista.

El actual entrenador del Barça se ha quemado conociendo quién y qué enciende la mecha. Lo sabía pero sucumbió por ilusión, inocencia y confianza. Ganar la Liga le sirvió para ser manteado, liderar una rúa y ganar tiempo. Poco más. Con un curriculum muy corto, una experiencia de marca blanca y un equipo tan familiar como el del presidente, uno de sus avales fue ser más culé que el escudo, conocer la casa como pocos y una entrega fuera de toda duda. Pero como no podemos tapar el sol con un dedo, le ha devorado el sistema y sus tentáculos aquí y, sobre todo, allá. Es lo que hay, que dijo áquel. Y la realidad más tozuda es un partido esta tarde en Montjuïc ante Osasuna que hay que ganar y en el que, seguro, van a reconocer a Xavi como ‘uno de los nuestros’ que es. Y aquí paz y después, ojalá, gloria. Foco desviado, a ver si la liamos parda contra el Nápoles y que digan pronto quién va a entrenar la temporada que viene, a quien vamos a fichar y a quien vamos a vender. Bienvenido al mundo real, Xavi. Es lo que hay.

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