77ª edición del festival de Cannes

'Marcello Mio', o cómo travestir el mito Mastroianni

Pese a haber alcanzado un éxito razonable en Francia, la actriz Chiara Mastroianni,ha vivido atrapada en la sombra que especialmente su padre proyectaba sobre ella

La actriz Chiara Mastroianni, el director francés Christophe Honoré y el actor Fabrice Luchini en el Festival de Cannes.

La actriz Chiara Mastroianni, el director francés Christophe Honoré y el actor Fabrice Luchini en el Festival de Cannes. / EFE

Nando Salvà

Se mire como se mire, la actriz Chiara Mastroianni es lo que hoy se conoce como una 'nepo baby' y que siempre habíamos llamado "hija de". Su padre es Marcello Mastroianni, y su madre es Catherine Deneuve; de él tomó el apellido, y junto a ella hizo su primera aparición cinematográfica en 'Por nosotros dos' (1979), con solo 7 años. Y desde entonces, pese a haber alcanzado un éxito razonable en Francia, ha vivido atrapada en la sombra que especialmente él proyectaba sobre ella, por el trato recibido en los rodajes y porque cada vez que se miraba al espejo era el rostro de papa el que veía -el parecido entre ambos es asombroso-; así lo sugiere la nueva película de Christophe Honoré, 'Marcello Mio', de la que se esperaba que sería un homenaje al protagonista de 'La dolce vita' con motivo del centenario de su nacimiento, pero que hoy, al ser presentada a concurso en Cannes, ha resultado ser más bien una reivindicación de su hija por parte del director que más veces ha trabajado con ella. Es, pues, un bonito gesto, y eso es lo mejor que puede decirse de ella.

Situada entre el documental y la ficción, la película pasa buena parte de su metraje contemplando cómo la propia Chiara deambula por la pantalla disfrazada de su padre: a ratos interactúa con personas con las que comparte profesión o que forman parte de su historial afectivo -su madre, el cantautor Benjamin Biolay, el actor Melvil Poupaud- y a ratos lo hace con un joven soldado o con un perrete hasta que, sin aportar ninguna prueba al respecto, la película trata de convencernos de que la experiencia le ha proporcionado la terapia que tanto necesitaba. Más le valdría visitar a un psicólogo.

Similarmente proclive a pasear sin rumbo es la protagonista de la séptima ficción con la que Paolo Sorrentino compite por la Palma de Oro, 'Parténope'. El director italiano la contempla a lo largo de siete décadas, de 1950 a 2023, y la usa como símbolo de su propia ciudad natal, Nápoles, una criatura bella, frívola, perdida, determinada e inexplicable; es, pues, el mismo concepto que ya manejó con gran habilidad en 'La gran belleza' (2013) para rendir tributo a Roma. Pero, a diferencia de lo que sucedía con el personaje principal de aquella película, el escritor Jep Gambardella, la heroína de ‘Parténope’ no es un personaje con carne y hueso.

Y, aunque trufada de acontecimientos, su trayectoria vital parece ser sobre todo la excusa que Sorrentino encuentra para ir acumulando escenas diseñadas en base a su gusto por el amaneramiento estilístico, la puesta en escena solemne y la imaginería decadente, grotesca y ‘kitsch’; y algunas de esas escenas resultan realmente apabullantes, pero en un metraje de 136 minutos caben demasiadas que ni por asomo logran provocar ese efecto.

Un tipo similar de desmesura es también el principal talón de Aquiles de la tercera de las películas a concurso en el certamen francés presentadas este martes, ‘Anora‘. Se trata del nuevo trabajo del estadounidense Sean Baker, y tiene dos rasgos que, en realidad, son constantes en la carrera del director de 'Tangerine' (2015), 'The Florida Project' (2017) y 'Red Rocket' (2021): primero, es un cuento de hadas ambientado en un mundo marginal y, segundo, ofrece una cierta mirada a la industria del sexo. 

En concreto, narra el accidentado proceso de educación sentimental de una joven ‘stripper‘ que, tras conocer al joven hijo de un oligarca ruso y quedar cegada por la inmensa fortuna que parece manejar, cree haber encontrado en él a su príncipe azul. Las desventuras que la llevan a comprender qué equivocada estaba componen una comedia con frecuencia desternillante, y que revela a Sean Baker como un habilísimo orquestador del caos. Pero 'Anora' dura nada menos que 2 horas y 20 minutos, y tal exceso de metraje deja en evidencia que al hacerla su director -que además también es su montador- pasó por alto que una de las cualidades que distinguen a las grandes comedias es la precisión, porque hasta los mejores chistes dejan de ser tan buenos si se estiran demasiado.