Olivella, el capitán de todos

Ferran Olivella en su domicilio de Castelldefels, donde acumula muchos recuerdos en clave azulgrana

Ferran Olivella en su domicilio de Castelldefels, donde acumula muchos recuerdos en clave azulgrana / sport

David Salinas

David Salinas

Un mito del FC Barcelona, Ferran Olivella Pons (Poble Sec, 22 de junio de 1936), cumple este sábado 83 años. Y qué mejor día que éste para rescatar del túnel del tiempo algunos pasajes de su densa y dilatada historia en la entidad azulgrana, que empezó en 1953 y acabó (deportivamente hablando) en 1969. Dieciséis años defendiendo los colores amados, muchos como capitán, capitán de todos, responsable, compañero, defensa multifunción, nunca expulsado de un terreno de juego, humilde y siempre directo.

Olivella intuyó su futuro de pequeño. El fútbol era su pasión y dedicó horas y horas para adquirir práctica en el patio de la casa familiar, en la calle Poeta Cabanyes 109 del Poble Sec, hoy desaparecida: “El espacio tenía forma de ‘ele’ y hacía rebotar la pelota, una buena pelota, de una pared a otra. La paraba, la controlaba, la orientaba… Sin exagerar, podía jugar dormido”. En alguna ocasión allí también practicó su amigo y también mítico Ladislao Kubala y hubo retos de por medio. Lo que no tenía previsto, sin embargo, era acabar de zaguero. Su sueño era ser guardameta.

"Los rivales tenían que sudar para hacerme un gol"

“De pequeño imitaba las palomitas de Velasco y Ramallets. Me encantaba el puesto, tenía cualidades y los rivales tenían que sudar para hacerme un gol”, recuerda, para agregar que “nunca me creí mejor que nadie”. Sin embargo, por necesidades del equipo, avanzó una línea y en ella se quedó. Su versatilidad, era ambidiestro gracias al perfeccionamiento en su patio, hizo que pudiera jugar de lateral por ambas bandas o de central. “Me gustaba más jugar en el medio, tenía más visión, pero no me quejaba. Jugaba dónde se me requería. Los ‘cojos’, los que juegan con una sola pierna, siempre buscan su espacio. No fue mi caso”, dice.

Olivella tiene muy claro que si llegó a lo más alto fue gracias a sus padres, Joan Amparo. “Mi padre me enseñó a ser humilde, prudente, disciplinado, a no decir ‘tacos’, a respetar a los demás… Recuerdo esas tardes de domingo cuando entraba junto a él, cogido de la mano, en el campo de Les Corts. El peor castigo que podía ponerme era no llevarme con él al campo”.

Recuerdos y anécdotas

Los recuerdos se acumulan. Y las anécdotas: “Al día siguiente de colgar las botas, con mi esposa Carmen, cogimos el coche y empezamos a hacer carretera. No quería quedarme en casa”. Después del fútbol se dedicó a la pedagogía e impartió clases de Educación Física en el colegio Viaró de Sant CugatOlivella nunca fue de tener idilios con el gol, pero no por voluntad propia: “Jugaba atrás y de los tres defensas, yo era el que me quedaba para que subieran los otros. Llámelo sentido de la responsabilidad si quiere”.

Solo en una ocasión experimentó la sensación de anotar, y fue en el Camp Nou, contra la UD Las Palmas (8-0) en febrero de 1960. “No lo recordaba, la verdad, pero si marcamos ocho y yo marqué el sexto es que me olvidé un poco de la defensa y subí, pero seguro que ese día también hubiera podido marcar mi abuela”.

Colgó las botas con 33 años

Debutó contra Osasuna en septiembre de 1956 en Les Corts (2-0) y colgó las botas después de perder la final de la Recopa en Basilea contra el Slovan de Bratislava en 1969 (2-3). Tenía 33 años. “Llevaba mucho tiempo, era normal. Había que dejar paso a los jóvenes”, dice. “La verdad es que no pude quejarme. El Barça siempre me trató muy bien”. Y de lo que está más orgulloso, más allá del palmarés colectivo (9 títulos), es que “nunca me expulsaron. Y eso que era defensa y me enfrenté a poderosos delanteros como Di Stéfano. ¿Mi secreto? Recordar, aprender los movimientos más habituales de todos los rivales”.

El día a día de Olivella en su domicilio de Castelldefels es sencillo, como él. Cuida el jardín, alguna compra, paseos y los fines de semana visita a su hija, que también reside en el vecindario. Echa de menos a su esposa Carmen, fallecida recientemente. A finales de marzo de 1959 sufrió un percance en el ojo, en un partido contra el Zaragoza, en el Camp Nou, y la España futbolística siguió con gran interés su evolución. Incluso los diarios hablados de Radio Nacional dieron los partes facultativos. Una prueba de la popularidad e influencia que tenía por aquel entonces.

Capitán precoz, a los 17 años lo fue con la selección Juvenil de España, con la que fue campeón de la categoría en 1954, y con el combinado absoluto lo fue en la Eurocopa en 1964, en la famosa final contra la Unión Soviética. También lideró al FC Barcelona con gran acierto y consenso. Pero, de todo, se queda con “los aplausos de la afición. ¡Ah, amigo! Eso no tiene precio. No se regalan ni se pueden comprar. Te los mereces o no. Los recordaré siempre”.