Griezmann, 'Le Petit Prince'

Los datos de Griezmann en LaLiga

Los datos de Griezmann en LaLiga / Perform

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Creció queriendo ser Beckham y todavía sigue luciendo su dorsal. Nació en Mâcon pero habla mejor el castellano que el francés. Tiene una relación especial con Uruguay y mucho gancho con los más pequeños. Así es Antoine Griezmann, un niño grande. 

"Su hijo es bueno, pero vamos a esperar un poco más. Vamos a dejarlo en su club de Mâcon, que siga su progresión. Le seguiremos”. Alain Griezmann se acostumbró a darle malas noticias a su hijo cuando solo era un niño que soñaba con ser futbolista. 

El trago más amargo para cualquier padre, porque el miedo al rechazo es uno de los grandes temores de la infancia. Esa frustración (hasta seis clubes franceses descartaron su fichaje) se convirtió pronto en el motor de su carrera. Pero antes a punto estuvo de tirar la toalla para siempre. 

Sobre todo cuando el Metz se desentendió de él solo tres semanas después de llenarle el futuro de promesas. “Lo sentimos, es demasiado pequeño”, le dijeron. 

Lo explica en su autobiografía ‘Antoine Griezmann, detrás de una sonrisa’. “Cuando lo supe me encerré en mi habitación varias horas. Lloré de rabia. Me dieron ganas de dejar el fútbol. Dejó una cicatriz duradera.  El rubio de pelo largo y los dos pendientes que era entonces encontró ahí la motivación para abrirse camino”. 

“ME CONVERTÍ EN OTRA PERSONA"

Quizás marcado por esos desengaños, Griezmann siempre ha necesitado sentirse muy arropado para desplegar su mejor fútbol. Nada ha gestionado peor que el rechazo de los suyos. Primero en la Real cuando decidió irse al Atlético y luego como rojiblanco cuando escuchó los pitos del Wanda. 

“Cuando volví a Anoeta con el Atlético lo pasé mal. Imaginaba que no me recibirían con flores  pero es que ¡algunos cánticos reclamaban mi muerte! No lo entendí. Durante dos semanas no me sentí bien. El Atlético me animó, me protegió y eso me hizo bien”. 

Solo cuando se ha sentido arropado y querido ha podido mostrar su mejor fútbol

Los desengaños de sus inicios, vinculados al desarraigo de su país, moldearon su identidad. “Francia me dio la vida, pero España me adoptó”, reconoce en su autobiografía. 

En la selección todavía bromea con Pogba, su gran amigo en el vestuario, cuando se atasca y no encuentra las palabras exactas en francés. A su perro, un bulldog francés, le habla en español. Y a pesar de ser un jugador valorado en la selección tras ganar el Mundial, aún ahora recuerda cuando L’Équipe destapó que cinco jugadores de la selección sub-21 se habían ido de fiesta a París tras ganar a Noruega. 

Griezmann tenía 21 años y era uno de ellos. Aquello acabó con una durísima suspensión sin poder jugar con los ‘blues’, pero algo cambió dentro de él. “Me convertí en otra persona, en otro jugador”.  

Griezmann necesita un entorno que le acompañe, compañeros que le hagan sentir importante y jugar con alegría. En la Real  encontró en Eric Olhats, el tipo que se lo llevó de Francia con 13 años, un mentor. “Te lo confío pero trata de que no haga demasiadas gilipolleces”, le dijo el padre de Griezmann.

Era el 25 de mayo de 2005. Olhats se lo llevó a su casa de Bayona. Estar lejos de la familia y no dominar el idioma marcarían sus primeros pasos. También alguna gamberrada propia de la edad como el día que cogió una furgoneta sin carnet de conducir con un amigo para ir a buscar un encargo del MC Donalds. 

Olhats descubrió a un niño ambicioso y con una gran confianza en sus posibilidades. Pero también a un tipo reservado, al que no le gustaba mostrarse demasiado. Una personalidad heredada de su padre, que también jugaba a fútbol. “Como yo expresa muy rara vez lo que siente. Yo a veces lo consigo. Él, no”, explica en su autobiografía. 

De su padre heredó su pasión por el fútbol y su tendencia a no expresar sus sentimientos

LA FAMILIA, CLAVE

En el Clan Griezmann su madre Isabelle es la sufridora (cuando juega su hijo lee y cocina). Su hermano pequeño Theo, a quien Antoine llama “el loco”,  ha creado una marca de vestir.   Y su hermana mayor, Maud, le lleva la comunicación. También es una de las personas que más admira por su carácter ante la adversidades. Como cuando sobrevivió al atentado de París en Bataclan. “Alguien a mi lado se movió y le dispararon. Mi hermano me dijo que soy una persona que tiene un carácter fuerte”, rememoró hace tres años. 

Griezmann sigue siendo un niño grande, a pesar haber cumplido los 28. Aunque haya sido padre con Erika, “la jefa”, como le llama él, de Mía y Amaro. Su mujer es una persona clave para su estabilidad. Con ella ha mejorado la alimentación. 

Fue durante su etapa en la Real cuando la conoció y también donde empezaría a sentir una conexión especial con los jugadores sudamericanos.  Ahí conoce al que define como al compañero más importante que ha tenido: Carlos Bueno, de quien aprendió a mejorar el remate. También en el Atlético se junta con el sector del mate. Sobre todo con Godín.  El central fue clave cuando estuvo 843 minutos sin marcar a finales de 2016. 

El asunto terminó con una charla en el vestuario. Habló Simeone.  Y Griezmann dijo la suya: “No me divierto en el campo”, les dijo. “Te metes demasiadas cosas en la cabeza”, le replicó y el francés logró desbloquearse. ‘Le Petit Prince’ (el Principito), como le llaman en su país, necesitaba sentirse arropado por los suyos. Con él siempre fue igual: nunca terminó de despojarse de su infancia.