Francisco Cabezas: "Los cronistas deportivos estamos condenados"

Cabezas debuta con su primera novela, 'Perder', donde se mezcla su esfera privada con el Barça

"El principal enemigo del periodista sigue siendo el ego", señala el periodista catalán

Francisco Cabezas presenta la novela 'Perder'

Francisco Cabezas presenta la novela 'Perder' / DAVID RAMÍREZ

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Quizás la consciencia de la derrota aparece en los márgenes. Puede que nacer en el extrarradio construya una visión del mundo. Francisco Cabezas (1978, San Ildefonso, Cornellà) sigue observando el mundo desde la periferia. El suyo es un universo algo cerrado con militancias firmes: sigue leyendo a los clásicos, revisa sus antiguos discos de Los Planetas y añora el viejo periodismo. Sus gustos son atajos que le conectan con una época que sentía que le pertenecía. Pesimista a su pesar, le gusta rodearse de gente poco competitiva y cuando habla de fútbol se emociona porque las cosas que nos definen también nos recuerdan las que nos hemos perdido.

Cronista del Barça desde hace dos décadas en 'El Mundo', debuta con su primera novela, Perder (Panenka). Un libro de autoficción que recorre la esfera privada de un periodista deportivo y retrata con amargura el lado oscuro de la profesión. 

¿Marca nacer en el extrarradio?

Es evidente. Yo creo que la gente que nace en el extrarradio se siente a gusto en los márgenes y lejos de los centros de poder ¿Por qué? Porque hemos nacido en barrios en los que nadie repara y donde te ponen una etiqueta. Y contra esa etiqueta, ¿cómo se rebela la gente? Haciendo de la vida barrial una bandera. Y ahí está la diferencia. Todo el mundo que nace ahí tiene ese punto de rebelión. Pero tampoco es una cosa buscada: yo no he nacido por encima de la Diagonal y tampoco es que tenga nada en contra, pero es un sector de la sociedad al que no voy a llegar nunca y no me pertenece. Yo siempre lo digo: soy de San Ildefonso, soy de Cornellà. Es una manera de reivindicación, de decir que, a pesar de haber nacido en un lugar donde desde crío te dicen que vas a acabar en un andamio, he sido capaz de dedicarme a lo que más quería. Y eso para mí es un gran triunfo.

El título del libro es ‘Perder’ ¿por qué está tan presente la melancolía en tus textos?

Creo que eso va con las personas, y si eres melancólico, se lleva por dentro o al menos a mí no me sale de otra manera. Yo soy pesimista de serie. Supongo que afecta estar tan vinculado al deporte, donde lo normal es contar más derrotas que victorias. Lo que vivimos con Guardiola fue una anomalía. Llegó un momento que ganaban tanto que ya no sabías que decir. En cambio, en la derrota me muevo mucho mejor. ¿Por qué soy así? Hostia, pues no tengo ni idea.

Tampoco te ha ido tan mal, ¿no?

Es verdad, pero cuando has llegado a un punto bastante alto de tu carrera empiezas a echar de menos cosas que has ido perdiendo. En el periodismo deportivo sabemos mucho de eso. Hace 20 años la nuestra era una profesión respetada y las redacciones estaban llenas. Pero en los últimos años las sillas se van quedando vacías y el periodismo que conocimos no tiene nada que ver con el de ahora. Cuando vas perdiendo tantísimas cosas es como si también perdieras una parte de ti. 

¿Cómo definirías una redacción? 

Como una segunda familia, que a veces incluso se convertía en la primera. Y una familia es una familia: hay gente que te cae bien pero también otra que te cae muy mal. Yo lo entiendo así: un espacio con un corazón que late muy fuerte. Pero te hablo de hace 15 años. Ahora son espacios diáfanos donde, a los que están por encima de la industria, les gusta que no nos separemos de los ordenadores. Y es gente que está en su ordenador siguiendo tres, cuatro, cinco redes sociales, encajonados... la gente habla muchos menos, no interactúa. Todo ese concepto familiar ha desaparecido cuando el periodismo es eso: relacionarse con la gente. Aquel periodismo que amaba ya no existe. 

El periodismo ha pasado de tomarse su tiempo a buscar la inmediatez y de la inmediatez al minuto, ¿cómo vives este proceso? 

Entre todos hemos acostumbrado a la gente a la inmediatez. A que con un vídeo y un párrafo sea suficiente. A que un enviado especial haga un vídeo de futbolistas bajando de autocar y metiéndose en un hotel. Ese periodismo yo no lo acabo de entender. Ahora, cuando escribo, pienso: ¿alguien va a tener cinco minutos de su preciado tiempo para leer esta parrafada? Ahora puedes ver con una métrica que la gente solo se detiene cuarenta segundos en la crónica deportiva. Los cronistas deportivos estamos condenados. Ahora mismo somos una anomalía del sistema. 

En tus crónicas hay ambición literaria; ¿es la mejor manera de hablar de uno mismo a través de un partido de fútbol?

Me parece inevitable. Creo que es una forma de honestidad. El proceso de escritura de una crónica es muy exigente y te puede llevar al límite. Escribir es un sufrimiento continuo y más sabiendo que tenemos la guillotina del cierre. Cuando una crónica te requiere un esfuerzo emocional tan fuerte, es inevitable que vuelques en el texto algunas de tus obsesiones y tus miedos. No puedo sentarme en un estadio de fútbol y explicar solo que Dembélé coge un balón en el centro del campo y se va de tres tíos. ¿Por qué? Porque la persona que me está leyendo habrá visto diez vídeos de esa jugada. Nosotros tenemos que ir un poco más allá. Cuando vemos un partido siempre es mejor dejarse llevar que escribir con las manos atadas. Los textos deben tener alma. Si no, no tiene sentido.

El libro está cargado de añoranza a la adolescencia y al viejo periodismo, ¿no te parece que la nostalgia puede ser muy tramposa?

¿Y quién no tiene nostalgia de la adolescencia? Yo no conozco a nadie que no diga que cuando era más joven se lo pasaba mejor. Sumar años duele en todos los sentidos. Duele físicamente, duele por la mañana cuando te miras en el espejo o cuando ves que ya no puedes llevar la vida canalla que solías. Todas estas cosas van dejando cicatrices. Yo tengo pareja y dos hijos pequeños. Es un estilo de vida muy estable, de los que acepta la sociedad, pero también es inevitable pensar en esa otra vida que ya no está y no volverá. 

Una de los cosas que más hacen los periodistas es criticar a otros periodistas ¿te parece algo que nos define o que es común en todas las profesiones?

Yo creo que está en todas las profesiones. La frustración profesional la lleva todo el mundo dentro. A todo el mundo le gustaría llegar más lejos y cobrar más dinero. Al final, a todo el mundo el ego le acaba consumiendo y me parece el principal enemigo del periodista. Pero también detecto que lo que buscamos la mayoría ahora es la supervivencia. Lo que piensas es: ¿me van a despedir el mes que viene? ¿Voy a cobrar la nómina? ¿Voy a poder pagar el alquiler? Antes el periodista era un persona muy respetada que se ganaba bien la vida. Ahora, sobre todo el deportista, parece que sirve para ir a tertulias de barra de bar a gritar y creo que también es culpa nuestra, porque no hemos sabido defender nuestra profesión. 

¿Hay un salto entre lo que se exige el periodista y lo que le exige al deportista?

Es así. De hecho cuando pensé en el libro, lo primera idea que me asaltó fue: llevo años describiendo derrotas de otros pero no las mías. He tenido momentos, en algunas derrotas del Barça, de acabar la crónica, quedarme sentado en la tribuna y pensar: ¿quién soy yo para criticar la profesión de otra persona? Muchas veces nuestra crítica traspasa demasiadas fronteras, porque nos han metido en la cabeza que la derrota y el fracaso están prohibidos. Cuando lo más normal en todos los ámbitos de la vida es perder. ¿En qué ganamos nosotros? En muy pocas cosas. Acumulamos derrotas sentimentales, económicas, incluso morales. A veces somos injustos, pero no es sencillo ahora que el lector busca la agresividad.

¿Estar cerca del futbolista te condiciona o te hace mejor periodista?

Yo creo que ahora mismo hay un muro muy grande entre el periodista y el futbolista. Están en su mundo, en su burbuja, y nosotros estamos en otra completamente distinta. Se nos expulsó de los entrenamientos, de los aviones, del día a día… es muy difícil establecer un cordón umbilical. Cuando yo empecé, el Barça entrenaba en el pequeño campito de La Masia y podíamos ver el entrenamiento entero. Eso nos enriquecía las piezas porque veíamos cómo interactuaban entre ellos. Cuando acaban los entrenamientos, recorrían un pequeño camino de 50 metros y podías aprovechar para hablar con ellos y saber cómo estaban. Y tenías detalles que, después, cuando te ponías a escribir de ellos, sabías exactamente qué fronteras no podías traspasar porque conocías cosas importantes de su vida. Yo creo que eso es muy importante, ahora son unos desconocidos para el gran público por mucho que cuelguen 40.000 fotos en Instagram. Y eso lo que provoca es que la crítica sea más furibunda.

El fútbol como metáfora de los grandes temas, ¿qué tiene para que funcione tan bien?

Para mí es el hilo conductor de la vida de muchísima gente. El fútbol son los recuerdos de una vida. Hay muchas cosas de mi vida que las recuerdo gracias al fútbol. No sé, a veces pienso que, para bien o para mal, el fútbol ha estado presente en los grandes momentos personales de mi vida. A mí hasta me emociona hablar de esto. 

¿Tan importante puede llegar a ser un juego?

En realidad la importancia no la tiene el fútbol, la tienen las personas. La tiene con quién has compartido el fútbol. Eso es lo importante. Y también las cosas que te has perdido en la vida. Hostia, es que nuestra vida es complicada. Viajamos mucho, pasamos muchas noches fuera de casa. Nuestra vida también es la que no hemos vivido. Nos hemos perdido muchísimas cosas y siempre con la pelota ahí. A veces es como si el fútbol y la pelota hubieran sustituido momentos de nuestra vida. Lo normalizas pero a veces es duro.