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30 años de la mayor decepción

El 7 de mayo de 1986 es un día de infausta memoria para los culés. El Barça perdió incomprensiblemente la final de la Copa de Europa

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Toni Closa

Se hace muy difícil escribir sobre aquel día, sobre aquella maldita final. Es como una pesadilla que se hizo realidad de la manera más cruel, más inesperada. Tanto los que estuvimos en Sevilla como los que vieron por televisión nos preguntamos, aún, cómo se pudo haber perdido aquel partido. De hecho, hemos preferido siempre borrarlo de la memoria. Repasando la hemeroteca de SPORT he comprobado que ni en 1996, cuando se cumplían diez años de aquel batacazo ni en 2006, en el veinte aniversario, hicimos referencia alguna.

Ahora nos atrevemos. Quizás sea porque en las vitrinas del Museu del Barça ya figuran cinco Champions y lo que un día fue, para la ‘gent blaugrana’ de cierta edad, una tragedia ya se comienza a ver como un avatar más de la siempre complicada historia del FC Barcelona. Me tocó bajar a Sevilla con uno de los autocares que nuestro periódico puso a disposición de los lectores. El ambiente era fantástico. El convencimiento de que el título no se iba a escapar era absoluto. Había pasado nada menos que un cuarto de siglo de la triste final de Berna en la que los palos habían impedido el triunfo del Barça y llegaba el momento de acabar con los fantasmas del pasado. 

El rival, Steaua de Bucarest, parecia de lo más asequible. Se había plantado en la final superando a Vejle, Honved, Kuusysi y, contra todo pronóstico al Anderlecht en semifinales. El Barça, eliminando a Sparta de Praga, Oporto, Juventus y Goteborg, en aquella épica noche que tuvo a Pichi Alonso como gran protagonista marcando los tres goles que igualaron el resultado de la ida y propiciaron la prórroga y unos victoriosos penaltis. Se vivió el mayor desplazamiento de aficionados jamás visto. Viajaron unos 45.000, a los que se sumaron los culés andaluces y de regiones cercanas. La inmensa mayoría de los 70.000 espectadores que llenaron el Sánchez Pizjuán eran barcelonistas. Había sólo unos pocos centenares de rumanos. Era como jugar en casa. Y aunque el equipo no estaba haciendo una temporada muy brillante había llegado hasta allí y tenía la gran oportunidad de la historia. No se podía perder.

Pero se perdió. De entrada, Terry Venables demostró muy poca sensibilidad y ‘savoir faire’ alineando al todavía renqueante Archibald en lugar del héroe de la semifinal. Los titulares fueron Urruti; Gerardo, Migueli, Alexanco, Julio Alberto; Víctor, Schuster, Pedraza; Marcos, Archibald y Carrasco. Luego saldrían Moratalla (85’) y Pichi Alonso (106’) por el alemán y el escocés. Por el Steaua actuaron Duckadam; Iovan, Belodedici, Bumbescu, Bärbulescu; Balint, Bälan (Iordanescu 75’), Bölöni, Majaru; Läcätus y Piturcä (Radu 107’). El Barça, aunque dominó todo el partido y fue superior al Steaua no creó apenas ocasiones. Los nervios iban aflorando a medida que pasaba el tiempo. Y con el 0-0 se llegó al final de los 90 minutos. Schuster, que había sido sustituido poco antes y cuya relación con Venables era tirante, decidió marchar del campo tras ducharse. Tomó un taxi y se fue al hotel. No le importó para nada el desenlace del encuentro.

La prórroga nada cambió y se llegó a la fatídica tanda de penalties que comenzó positivamente para el Barça, con Urruti desviando el disparo de Majaru. Sin embargo falló después Alexanco y también Bölöni y Pedraza. Cero de cuatro. Increible. Pero más lo fue lo que vino después. Ya que mientras Läcätus y Balint transformaron sus disparos, Pichi y Marcos erraron los suyos contra el héroe de la noche, Duckadam. No hizo falta tirar los quintos. El Barça había perdido. A la maldición de los postes se sumaba la de los penalties. La vuelta fue un funeral. Tendrían que pasar seis años para poder alzar, por primera vez, la ansiada Copa de Europa.