LA ÚLTIMA

Entrenador, no hiperlíder

Martí Perarnau

De Tito Vilanova no cabe esperar la capacidad de hiperliderazgo que desplegó Pep Guardiola en estos cuatro años recién concluidos. No digo que resulte imposible, pero a priori el carácter de Tito parece contener otras características diferentes a las de su compañero de travesía. Tito aparenta ser más campechano que Pep, un punto menos intenso y también bastante alejado de ese toque entre romántico y trágico de Guardiola, que le mostraba doliente en la tensión, sereno en el triunfo. Durante mucho tiempo, Txiki Begiristain, y también Johan Cruyff, le mencionaron en público y en privado que debía regularse algo más para evitar -o retrasar- el inevitable desgaste que sufría y que, finalmente, le ha llevado al adiós. En este sentido, Pep fue siempre lo opuesto de otros técnicos de magnífico prestigio que, por su forma de ser, son capaces de dirigir equipos durante largos años sin aparentar dicho sufrimiento ni padecer un desgaste vital; o incluso cambian de equipo sin que ello les suponga un cataclismo personal. Guardiola es lo contrario: la pasión ha llegado a carcomerle.

La pasión y el hiperliderazgo. Dos grandes rasgos que definen a Pep. Hablemos de ese liderazgo. Pienso que para que se hiciera tan visible tuvieron que unirse dos factores concatenados: de una parte, la propia idiosincrasia de Guardiola, un torbellino de pasión y fuego; de otra parte, un club en erupción (moción de censura contra Laporta) y un equipo en ruina moral y actitudinal. De ese pozo solo se podía salir con un liderazgo fuerte y clamoroso. Pep asumió dicho hiperliderazgo y mil veces provocó el comentario de que él era el auténtico presidente virtual de la entidad y que era el equipo quien sostenía al club.

Cuatro años, catorce títulos y mucha pedagogía después, el Barça 2012 es distinto al Barça 2008. El mejor símbolo lo encontramos en la reacción de los aficionados en la eliminación ante el Chelsea: mientras la prensa con facturas pendientes afilaba los puñales, el aficionado aplaudía el esfuerzo de equipo y cuerpo técnico. El conjunto que recoge Tito, y el club en que se enmarca, difieren bastante del que recibió Pep. La exigencia de victorias es la misma, pero el punto de partida es muy distinto. El equipo necesita retoques y refuerzos, variantes tácticas y correcciones competitivas. Nada más. El club necesita asumir desde arriba el liderazgo que tuvo que protagonizar el entrenador. Pero a Tito ni se le pide que sea otro hiperlíder ni las circunstancias lo exigen, por más que la entidad debe plantearse cómo afrentar los retos que, sin duda, se abrirán en materia dialéctica, tarea para la que también se escudaban todos detrás de Pep. Que Tito vaya a ser “solo” entrenador y no superlíder es signo de normalidad.