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El padre de Dafne Schippers

Son las piernas blancas que van a opositar al oro en los 200 metros en Río. Supo reinventarse, antes de apagarse en el heptatlón.

Ante todo, piensen en la ambición y no se asusten, porque no hace ninguna falta: imaginen a Dafne Schippers con ese pelo del color de la cerveza o con esa piel tan blanca como un vestido de primera comunión.

Lean una entrevista con ella y volverán a leer ambición. Y entonces entenderán su capacidad para reinventarse y para explicar que una vida cómoda no siempre es suficiente; que una medalla con pesadillas es como una fiesta sin orquesta y que hay cosas mejores para la salud que competir con dolor. Así era su vida en el heptatlón, exitosa pero insuficiente. Y eso no es la ambición. Al menos, en la vida de Schippers, que no nació para acobardarse como le pedía su padre en la infancia, alejados los dos del prejuicio del trabajo fijo. “Se puede aprender a ser valiente”.

Hoy, Schippers podría crear su propia academia. Tomó riesgos, fue valiente y no hay nada que sustituya a la propia experiencia. Abandonó el heptatlón, donde aprendió lo que hay que olvidar, y arriesgó con la velocidad para demostrar a jamaicanas y estadounidenses que la velocidad también es una democracia. La prueba hoy es Schippers, criada en un mundo donde no se imaginan velocistas.

“Hija, nadie tiene que decidir por tí”

Nació en Utrecht, a orillas del río Rin, donde no hay playas vírgenes, llueve de veras y los inviernos aconsejan cerrar las ventanas. Pero entre sus secretos no estaba Shippers, sino la ambición de Schippers que aquel día en Austria, cansada de machacar sus rodillas en el heptatlón, prefirió buscar otra vida que le ayudase a conocer el fin del mundo. Y eso no sólo es talento. También es memoria para acordarse de aquella idea que le repetía su padre, “hija, nadie tiene que decidir por tí”, antes de poner sentido a la vida.

Dafne Schippers
En cualquier país del mundo puede nacer un campeón olímpico. Sólo es cuestión de perder el miedo a ser perfectos.

A los 24 años, Schippers retrata todos los estados del atletismo. Y entonces la memoria siempre viajará al Mundial de Pekín del año pasado, a esa final de 200 metros, donde se cruzaron el todo y la nada. Lo originó la ambición de Schippers, que pudo resignarse. Salió mal de la curva, quinta de las ocho finalistas, a años luz de Elaine Thompson, víctima, podía suponerse, de la realidad. Pero la última recta anuló esa idea y despertó lo más importante de Schippers, que batió por tres centésimas a Thompson, una escena que sólo se puede contar desde la agonía.

Hoy, ese recuerdo vale para explicar una biografía y establecer posibilidades de oro olímpico para Schippers, joven envenenada por esa ambición que no respeta las costumbres. Criada en las calles peatonales de Utrecht, reivindica que se puede correr más rápido sin bicicleta o que los mejores asaltos están en las piernas. En un año ha batido el récord de Europa de la alemana Marita Koch en los 200 metros, que llevaba 36 años vivo, y desafía los 21,34 del mundo de Florence Griffith.

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No hay mentiras en Schippers. La información, en realidad, es abundante, casada con su seguridad. Un pacto en busca del oro olímpico en los 200 metros, sin contraindicaciones médicas. “No tengo derecho a pensar que no pueda ganar”. Por eso la nostalgia la pone de ejemplo con recuerdos sagrados como el de su paisana Fanny Blankers-Koen y de sus cuatro medallas de oro en los Juegos de Londres de 1948 (80, 100, 200 y 4×100 metros). Viejos consejos, en realidad, que hoy explican que en cualquier país del mundo puede nacer un campeón olímpico. Sólo es cuestión de perder el miedo a ser perfectos, la única manera de desabrochar los botones del Museo de Cera de la ambición como a Dafne Schippers le decía su padre. Hace años de esto, el mérito fue no olvidarlo.

@AlfredoVaronaA


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