Al abrir la puerta del frigorífico o del congelador, muy a menudo nos asalta un olor bastante desagradable, más o menos intenso. Las causas pueden ser múltiples y variadas. En primer lugar, la presencia de alimentos que huelen mal por naturaleza, como el ajo, la cebolla y ciertos tipos de queso, como el gorgonzola. Los alimentos que se han estropeado, como una fruta podrida, desprenden mal olor. Lo mismo ocurre si guardamos los alimentos de forma incorrecta, sin papel de aluminio protector o no dentro de recipientes herméticos. Por último, no limpiar el frigorífico con regularidad contribuye a los malos olores. Un truco que se ha puesto de moda para remediarlo, sobre todo cuando estamos largos periodos fuera de casa, es poner una moneda de dentro de un vaso en el congelador. Hay que esperar a que el agua del vaso se congele y luego poner la nevera encima. Si al regresar no se ha derretido, sabremos que no ha habido problemas de luz con el frigorífico y que en ningún momento se ha descongelado, por lo que podremos comer los alimentos sin problema.