Estrenos de cine

Crítica de 'Los buenos profesores': queridos maestros

La idealización de la profesionalidad y la entrega del profesorado que Lilti propone por momentos roza la caricatura

Fotograma de 'Los buenos profesores'

Fotograma de 'Los buenos profesores'

Nando Salvà

El francés Thomas Lilti estudió Medicina y, tras examinar diferentes facetas de esa profesión en varios de sus trabajos previos tras la cámara, en este pone su mirada sobre otro sector profesional. Si en su película más famosa, ‘Hipócrates’ (2014), efectuaba un retrato coral del ecosistema de un hospital para reivindicar a los profesionales de la sanidad pública francesa, ahora hace lo propio con los de la educación estatal contemplando el día a día de un instituto de los suburbios.

Ahora como entonces, Lilti cuenta la realidad de la institución a través de las individualidades que la hacen funcionar. Y lo hace prestando más atención a las crisis mundanas que complican las vidas de los docentes que a la observación sistema educativo -aunque haga alusiones a la desconexión de la Administración, planes de estudio, problemas presupuestarios y dilemas éticos- o a la exploración de la idea de transmisión de conocimiento que fundamenta las escuelas. Aquí, en general, los alumnos llegan a ser poco más que figurantes. 

Si bien es cierto que la idealización de la profesionalidad y la entrega del profesorado que Lilti propone por momentos roza la caricatura, por lo demás su narración hace gala de más mesura. No echa mano de estereotipos de clase ni abusa de tremendismos melodramáticos, y exhibe una evidente capacidad para generar empatía gracias a la eficacia con la que mezcla ligereza y la gravedad.