El virus silencioso que devora al Barça

Memphis OK

Memphis OK / AFP

Ernest Folch

Ernest Folch

Un Barça discreto ganó el decisivo partido ante el Dinamo, en el que se jugaba su ser o no ser en la Champions, pero la noticia inquietante es que lo hizo ante solo 45.000 espectadores, y en un Camp Nou con una triste media entrada. De los 29.803 espectadores que podían asistir al primer partido de Liga contra la Real Sociedad, acudieron poco más de 20.000, pero entonces lo justificamos diciendo que estábamos todavía en el mes de agosto. En el primer partido de la Champions, el duelo estrella contra el Bayern, se cubrieron las 40.000 entradas permitidas por los pelos, pero sorprendentemente solo se apuntaron previamente 31.000.

Entonces lo volvimos a justificar diciendo que quizás el proceso de preinscripción era una barrera para los socios de mayor edad. Hasta que llegó el primer partido con el total del aforo disponible y contra un rival de entidad como el Valencia, y asistieron solamente 47.317 espectadores de cien mil posibles, es decir, menos del 50%. Hay más datos preocupantes que corroboran la sospecha de que no estamos ante un fenómeno transitorio: más de 26.000 socios han pedido la excedencia esta temporada (no pagarán ni asistirán al estadio durante un año), algo que implica que la masa de abonados disponible temporalmente ha bajado hasta pocos más de los 83.000.

Le podemos añadir aún otro dato descorazonador: en la pasada Asamblea, calificada por el propio club como la más importante de la historia, acudieron solamente 576 de más de 4000 convocados, un paupérrimo 14%, que representaban el 0.4% del total de socios. Estamos, pues, ante una desafección profunda y curiosamente poco mediática, pero que lentamente está devorando el club por dentro. Evidentemente se trata de un fenómeno multicausal y complejo, en el que la pandemia tiene un papel muy relevante, y donde hay que tener en cuenta las dificultades económicas por las que pasan ahora mismo miles de socios. Pero en el trasfondo de estas gradas vacías hay también un desengaño, consecuencia del enorme vacío que ha dejado Messi y de un equipo que ya no es lo que fue y que todavía no puede ser lo que será.

Por eso es como mínimo discutible que en medio de esta transición entre dos eras, la nueva obsesión sea hacer un nuevo estadio de 1500 millones con capacidad para más de 100.000 personas. Está muy bien construir estadios y tener largos debates sobre la inclinación de la primera grada, pero el continente es inútil si no hay un contenido atractivo. Alguien debería escuchar este Camp Nou medio vacío y medio cabreado, que alterna el silencio con los silbidos.