Una gran Liga entre Neymar e Iniesta
La verdad, con la que está cayendo en nuestro país, en nuestras empresas, en nuestras casas, ponerse dramático y trascendental en aquellas cosas que afectan al fútbol, vale, sí, a nuestro amado
Barça, parece excesivo. Por más pasión que queramos concederle a este juego, por más escándalo en que queramos convertir un semipenalti en el Bernabéu en el minuto 93 cuando el partido (y los contendientes, los dos) se merecían la prórroga, no tiene demasiado sentido. Ya no digamos cortarse las venas por una eliminación de Champions que, en efecto, fue bochornosa, impensable y que, todavía, ni siquiera sus protagonistas entienden.
Pero, insisto, es fútbol, ese deporte que juegan dos equipos de 11 jugadores y que siempre acaban ganando los alemanes. Veremos, veremos, ya los hay que firmarían ahora que esa definición de balompié se hiciese realidad, una vez más. Cuando digo que es fútbol, me refiero a que el mismo o parecido dramatismo con que se vive la hecatombe de Roma por estos pares, se vive el descenso del Málaga, la frustración del Las Palmas y el temor, aún muy cierto, de que el Deportivo de A Coruña sea el tercero en discordia. Pues si bajan, ya subirán.
La temporada del Barça empezó, aunque muchos parecen olvidarlo, con la traición del tercer mejor jugador del mundo, de Neymar Júnior, el muchacho llamado a ser el relevo de Leo Messi. Y terminará ¡Dios no lo quiera! pero, sí, está ya decidido, con la despedida de
Andrés Iniesta, el jugador que lo ha representado absolutamente todo, todo, todo (sí, cierto, en ese sentido, idéntico a Leo Messi, que seguirá entre nosotros) en el Barça, en el barcelonismo, en el ‘més que un club’, en La Masia, en el entorno, en el vestuario, en el equipo, en el campo, en las victorias y en las derrotas.
Si uno ve jugar a Iniesta, un auténtico ‘rey león’ de la selva futbolística, frente al Valencia, no entiende por qué se va. Por qué no espera un poquito más. No solo el barcelonismo necesita seguir agarrado a su presencia, a su imagen, a su modelo, a su sensatez y señorío, también precisa de su fútbol, de su arte, de sus filigranas, de sus ojos, de su visión, de sus cabriolas y hasta de sus chilenas, aunque vayan fuera. Está bien, es sano y demuestra su tremenda grandeza, que Iniesta no quiera irse apagado del todo, no quiera que nadie, ningún otro futbolista, le empuje fuera del Barça. Pero es que ese temor, visto el partido que hizo ante el Valencia, no existe, es mentira, aún no se ha producido. Yo estoy seguro (igual no y hablo por boca de ganso) que don Andrés tendría el mismo contrato en China en mayo del 2019 y nosotros viviríamos otro año feliz, con los ojos como platos, disfrutando de su fútbol.
Pero no, se va, lo siento. Como dicen todos, se ha ganado el derecho a tomar sus propias decisiones y el cariño de que estemos de acuerdo con él. Pues ya
ven, empezamos indignados por la traición de Neymar y acabaremos con lágrimas en los ojos por la despedida de Iniesta. Y, en medio, sí, otra caída de Champions, pero una tremenda Liga, ya con récord histórico incluido. Y hasta puede caer la Copa. Y aquí seguimos dramatizando sobre hechos que solo deberían producir felicidad. Será que no tenemos problemas de verdad. De los que dañan el alma y destrozan el corazón. Será.
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