Una cabeza de cerdo para Márquez

Márquez-Rossi

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E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Me escribe un amigo de verdad. De los enormes. Y me explica que su hijo, a punto de entrar en la universidad, está elaborando un trabajo sobre la violencia en el fútbol. Bueno, en realidad está investigando y escribiendo sobre los ‘hooligans’ y me pide permiso para que le ayude. “Diego te enviará una pequeña reflexión de por qué hace ese trabajo, su planteamiento y, en el mismo correo, te pedirá que respondas unas cuantas preguntas, no será muchas, te lo juro”.

Le digo que aunque sean cien, que me pongo a su disposición. Y, sí, Diego me envía su propuesta y, lo primero que encuentro en su texto, es una enorme sensatez. Conociendo al padre no me extraña lo más mínimo. En efecto, el planteamiento del muchacho es exquisito; es decir, muy sensato, mucho. Su relato, o el inicio de su explicación, vamos la guía del trabajo, resulta también inmaculada.

Pero el problema es cuando busca y encuentra algunas causas (no todas) y señala, sobre todo, a los medios de comunicación por convertir, en especial al fútbol, en un campo de batalla (o casi). Cuenta (y es verdad) que los textos son excesivamente guerreros y tiene razón. Yo creo que la profesión ha sido muy crítica con todo lo que hace referencia a ese tipo de terminología guerrera.

Las preguntas son muy interesantes, adecuadas, pues deben ayudarle a la descripción de lo que quiere contar. Tiene un problema: se sorprende de muchas de mis contestaciones. Pero no porque considere que no le respondo en terminología deportiva-futbolística, sino porque, desde la primera respuesta, le sugiero (estamos hablando de opiniones muy personales, porque así me las ha pedido, casi más que profesionales) que la razón de que existan aficiones violentas, que estén dispuestas a matar (en todos, todos, todos, los deportes del mundo; y países), es un tema, simplemente, de educación.

Nada más. Piénselo, de verdad: educación

No hay otro motivo. Todo en la vida es educación. Y no hablo, no, de falta de educación. Papá decía que el día que quitaron la asignatura de urbanidad en el colegio, empezó a torcerse el mundo. Por eso se me ocurrió contarle a Diego que no intente ver ni analizar el tema de las aficiones violentas, o maleducadas, soeces, impertinentes, desde la perspectiva única del fútbol, del espectáculo, de esa idea demasiado recurrente (no estoy diciendo falsa) de que una persona sola no hace nada (o haría) y reunida con quince, forma una brigada de asesinos. O casi.

Diego debe pensar que todo empieza en la educación, en los colegios, en las familias, en las amistades. Porque el resto es, simplemente, buscar refugio en las manadas. Sean fútbol, discotecas, divertimentos diversos y hasta patio del colegio. También le dije que, con su cerebro, con la educación que ha recibido, con el mimo que ha recibido de sus padres, le será muy difícil, mucho, entender por qué la gente se comporta así. Porque lo malo de hacer esas cosas, no es su ejecución, es que una idea así entre en la cabeza de alguien, que ese alguien crea que se pueden hacer esas cosas.

Estoy en la República de San Marino, en el circuito Misano Adriático, también conocido como ‘Marco Simoncelli’, y, ciertamente, lo que estoy viviendo en las últimas horas tiene mucho de esa intolerancia y, sobre todo, de esa falta de tacto, fruto de creer que todo se puede hacer. Sé que sentará mal a muchos, pero no tiene sentido que, meses después, Valentino Rossi continúe odiando tanto, tanto, a Marc Márquez, de quien llegó a decir (provocando risas, claro, nada de temor) que le tenía miedo y ahora le niegue el saludo. Debió saludarle y, posiblemente, sí, cierto, recordar que lo ocurrido en Argentina, sigue estando en su mente. Pero lo cortés, no quita lo valiente.

Entre otras cosas porque Márquez le pidió perdón minutos, perdón, segundos después de concluir el Gran Premio. Fue Márquez el primero en reconocer que se le había ido la cabeza, la agresividad, la velocidad, la pasión, en aquella remontada sin sentido, pues era tan, tan, tan superior a los demás, que les hubiese ganado sin empujarles.

No estoy escribiendo que Rossi sea un ‘hooligan’, pero sí que está tolerando que sus fans se excedan y se conviertan en una afición vengativa, que no le pega ni al deporte ni a las motos. Anoche, cuando abandonábamos el circuito, junto a mis amigos fotógrafos (¡fantásticos los dos!), Alejandro Ceresuela y Jesús Robledo, descubrimos que alguno de esos vándalos habían colgado una cabeza de cerdo en una valla cercana al ‘hospitality’ del equipo Repsol Honda, de Marc Márquez.

Tal vez fueron los mismos fans del ‘Doctor’ que, hace pocos meses, cuando el Mundial visitó Mugello, en la preciosa Toscana italiana, construyeron una tumba en los aledaños del trazado italiano.