Setién & Sarabia: el 'seny' y la 'rauxa'

Eder Sarabia, dando instrucciones junto a Setién en el Bernabéu

Eder Sarabia, dando instrucciones junto a Setién en el Bernabéu / VALENTÍ ENRICH

Carme Barceló

Carme Barceló

Me dio ese pronto tan mío y escribí en Twitter que me autoproclamaba presidenta del club de fans de Eder Sarabia. Disculpen este inicio umbilical pero he oído, visto y leído tantas cosas sobre lo que para algunos es lo más noticiable que sucedió en el Clásico, resultado al margen, que se me llevan un poquito los demonios. No es mi caso, por razones obvias, pero hay muchos que se la cogen con papel de fumar. Eso y estar una semana en blanco, con Barça y Real Madrid apeados de la Copa del Rey y un nivel futbolístico en ambos equipos que da para pocos análisis de largo recorrido. 

Eder Sarabia, al que no conozco personalmente, es la representación del fútbol sin pinganillo, sin VAR y sin libro de estilo. Es un segundo entrenador que complementa a un primero que opta por observar casi sin respirar, dar una imagen de equilibrio y un paso atrás cuando llega el minuto 1. Uno pone el ‘seny’ y el otro, la ‘rauxa’. Y cuando suena el pitido inicial, a mí me gusta que ambos estados formen parte de los noventa minutos. Que bulla la sangre dentro y fuera del terreno de juego. En la grada, en el banquillo y en el césped. Con juicio, sí, pero con un punto de locura. Que mueva las piernas y también el corazón. A veces, donde no llegan las libretas, las pizarras y los ordenadores, llegan la arenga y el alma. Si lo planificado previamente no tiene respuesta en el campo, es normal que se te lleven los demonios y soltar cuatro gritos. Y al que le pique, que se rasque.

El problema es que Sarabia es técnico del Barça. Hay un ojo que todo lo ve -y lo que no, lo imagina- que está pendiente de todo. Amplificar, magnificar y reiterar en negativo lo blaugrana es un arte conocido y nunca suficientemente denunciado. A Eder ya le han dicho que modere las formas y lave los trapos sucios en el vestuario, que al enemigo no hay que darle ni agua. Desde mi modesta columna le digo, palabras altisonantes al margen, que no se corte. Ni con los de dentro ni con los de fuera.