Punto de inflexión en el escenario del crimen

Leo Messi, en el entrenamiento efectuado en San Paolo

Leo Messi, en el entrenamiento efectuado ayer en San Paolo / Javi Ferrándiz

Ernest Folch

Ernest Folch

Messi visita el templo de Maradona, y es obligatorio e inevitable que el paralelismo inunde los medios de medio mundo. Pero, por encima de todo, el Barça visita la Champions a domicilio, es decir, vuelve al escenario del crimen en el que ha tirado por la borda las últimas Champions. Hoy empezaremos a saber si las debacles de Roma y Liverpool han servido como una lección o simplemente se quedan aquí como un complejo insuperable que martirizará a esta extraordinaria generación hasta que se retire. La paradoja es que el Barça visita Nápoles más mermado que nunca en efectivos (con solo 14 jugadores del primer equipo), pero a la vez rearmado psicológicamente, aferrado más que nunca a la magia de Messi. Porque, efectivamente, el Barça arrastra un sinfín de problemas deportivos e institucionales, pero tiene en su ‘10’ el factor deslumbrante, sobrenatural e imprevisible capaz de arrasar cualquier rival en cualquier momento. Con Messi no hay problemas insalvables. Como demostró el sábado, es capaz de elevarse por sí solo por encima de cualquier conflicto y reducirlo a cenizas en un instante. A la estela de Leo, el resto del equipo empieza a creérselo, Setién consolida poco a poco sus ideas y tiene hoy un escenario inmejorable para buscar el punto de inflexión definitivo de este curso.

TREGUA ENTRE EL VESTUARIO Y EL PALCO

Gerard Piqué dio por buenas las explicaciones del presidente sobre el ‘Barçagate’: “Me creo lo que nos dijo Bartomeu”, para añadir que “al menos me creo que él no lo sabía”. Sin embargo, lo que debía ser un espaldarazo, acabó derivando en algo parecido a una advertencia: “En los últimos años, los resultados han aguantado al club”, una insinuación de que si fuera solo con la gestión del palco la institución se habría estrellado. Piqué pasó ayer por todos los conflictos de puntillas, como no podía ser de otra manera en una previa tan trascendente, pero dio la sensación de que en la guerra soterrada entre el vestuario y la junta estamos simplemente en una tregua tan necesaria como inteligente. Piqué esta vez no disparó, pero se le vio acariciar la pistola por debajo de la mesa. Como vino a decir él mismo, solo los resultados evitarán una carnicería.