¿En qué momento se jodió el Barça?
Que el ‘Barçagate’ haya sido una herramienta execrable de persecución a los críticos no quiere decir que no sea sospechosa la detención de un expresidente a solo seis días de las elecciones. Que se trocearan facturas de forma grosera, imputando incluso 192.000 euros a La Masia, o vaya quedando en evidencia que la auditoría encargada a PwC fue una obra de teatro, entre muchas otras prácticas dudosas, no quiere decir que haya que pasar por alto el sorprendente y humillante espectáculo montado por los Mossos este pasado lunes.
Las dos cosas son compatibles, básicamente porque en el Barça, un club siempre manoseado y utilizado por todos los poderes, todos los fangos son complementarios. El ‘Barçagate’ resume probablemente todas las negligencias de la ‘era Bartomeu’: un estado enfermizo de paranoia con la oposición (la real y la imaginada) que le llevó a una progresiva y letal bunquerización y una incapacidad patológica del presidente para deshacerse de las personas nocivas que tenía a su alrededor, que fomentaban un clima de trabajo insoportable, además de promover procedimientos irregulares, y que han terminado por hundirle. Llegados a este punto de degradación, es lícito preguntarse cómo y cuándo empezó todo.
¿En qué momento se había jodido el Perú?”, se pregunta el narrador en la segunda frase de ‘Conversación en la Catedral’ de Vargas Llosa. Después de estos días en el fango, cabe parafrasearlo: ¿En qué momento se jodió el Barça? Cierto, el club lleva décadas con una crisis institucional semanal y con el poder, sea cual sea, obsesionado con las críticas externas. Pero, sin duda, el punto definitivo de implosión fue la vergonzante asamblea de compromisarios del octubre del 2010, donde se realizó un grotesco juicio sumarísimo a la anterior junta, vestido de objetividad (con la colaboración otra vez sonrojante de una auditora) cuando en realidad se trataba solo de un vulgar ajuste de cuentas. A partir de aquel punto crítico, el Barça aceleró el círculo de la venganza, dirimió sus crisis institucionales en los tribunales y cualquier conflicto grave terminó judicializado, con el coste económico y reputacional que esto ha supuesto. Es decir, sin el clima bélico que propició la Asamblea del 2010 no se entiende todo el dominó posterior de los múltiples casos Neymar o, ahora, de la detención de Bartomeu.
Si en su momento se hubiera actuado con transparencia y sensatez y sin ánimo justiciero, probablemente muchos de los desastres posteriores se hubieran fiscalizado igualmente pero dentro de un ámbito interno y administrativo menos doloroso. Porque a estas alturas nadie puede negar que la crisis actual es consecuencia en realidad de un mal gobierno y de una concepción trasnochada del liderazgo. Dentro del caos, es una gran noticia que el próximo domingo haya elecciones y el socio del Barça pueda hacer, por fin, borrón y cuenta nueva de todo este inquietante pasado. No hay mal que por bien no venga
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