Israel, Palestina y el factor humano del deporte

Imagen del conflicto entre Israel y Palestina

Imagen del conflicto entre Israel y Palestina / EFE

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

La final de la Champions que ganó el Barça en el 2006, la de París, me pilló viviendo en Jerusalén. Cuando Belletti marcó el 2-1, mi teléfono zumbó con mensajes de felicitación de palestinos e israelíes, hinchas a su vez del Barça. En Gaza, miles de personas vieron la final en cafeterías, animando en su mayoría al equipo de Rijkaard. En la playa de Tel-Aviv, miles de personas siguieron la final en pantallas instaladas para la ocasión, y muchos de ellos también animaron al Barça, como los gazatíes que estaban tan cerca (apenas un puñado de kilómetros) y, al mismo tiempo, tan lejos. A lo largo de los años, viví en otras ciudades y en otros países, y el Barça ganó más Champions y otros títulos, y aún hoy de vez en cuando mi teléfono vibra con mensajes culés procedentes de ambos lados del muro que separa a israelíes y palestinos. Los últimos, de asombro sobre Lamine Yamal.

No soy naíf, nadie que haya visto de primera mano la realidad del conflicto palestino e israelí lo es: ni el Barça, ni el fútbol ni el deporte solucionarán un problema regado en sangre, plagado de odio y que hace más de un siglo que dura. Se ha intentado, como esos partidos por la paz que menudearon a la sombra del proceso de Oslo. El Camp Nou albergó uno en el 2005, que enfrentó al Barça contra un combinado palestino-israelí, pero estas iniciativas nunca cuajaron más allá de mensajes bienintencionados.

Es más, como en otros conflictos en otras partes del mundo, el fútbol y el deporte a menudo agravan el problema. Son famosos casos como los disturbios en un Dinamo de Zagreb-Estrella de Belgrado en 1990, que anunció la disgregación de Yugoslavia y el horror de los Balcanes, y un Honduras-El Salvador en 1969, clasificatorio para el Mundial de 1970, que el maestro Ryszard Kapuscinski inmortalizó en su libro La guerra del fútbol. En el Reino Unido, el fenómeno de los hooligan violentos fue una de las formas con la que se canalizó la olla a presión social de los años del thatcherismo.

Lo mismo sucede en Oriente Próximo. El deporte palestino paga la factura de la ocupación. Sus deportistas tienen enormes dificultades para entrenar en instalaciones dignas y competir en el extranjero a causa de las restricciones israelíes. La selección palestina de fútbol oficiosa es un equipo chileno, el Club Deportivo Palestino, fundado por la diáspora. La competición en los territorios ocupados se desarrolla con enormes dificultades y, pese a ello, hay historias de superación ejemplares, como los atletas que compiten en loa JJOO o un equipo de natación en Gaza.

El deporte israelí compite en Europa ante la imposibilidad de hacerlo con sus vecinos y es objetivo de las campañas de boicot internacional. La selección de fútbol, donde juegan israelíes judíos y palestinos con la nacionalidad israelí, es objeto de escrutinio a causa de las actitudes de estos últimos ante el himno y otros símbolos nacionales. Las aficiones radicales de algunos equipos, sobre todo la del Beitar de Jerusalén, se caracterizan por el racismo y el odio hacia los árabes. El deporte, en especial el fútbol, es un arma más del conflicto: para los palestinos, una forma de dar notoriedad a su causa; para los israelíes, una plataforma de primer orden para promover su condición de país occidental, del ‘sportwashing’ a la participación en competiciones europeas. Los deportistas no son ajenos a la muerte y el dolor, también mueren en el conflicto. Sucedió el sábado en el sur de Israel, ocurre a menudo en los territorios palestinos, cómo olvidar el horror de los JJOO de Munich-72.

No soy naíf, decía, pero no por ello es menos cierto que se da en el deporte un vínculo primario, a nivel humano, entre sus seguidores. Dos enemigos que no pueden hablar acerca de nada pueden compartir su admiración por Lamine Yamal. El deporte no traerá la paz ni la justicia, pero puede crear un terreno de juego compartido entre enemigos. John Carlin lo contó de forma magistral en El factor humano. A veces, el propio deporte, ensimismado en sí mismo, mercantilizado, lleno de cinismo, olvida que tiene este súperpoder. Hacen falta, eso sí, líderes como Nelson Mandela, que no abundan precisamente en Oriente Próximo.