La democratización de la dictadura

Lewis Hamilton en una imagen de archivo.

Lewis Hamilton en una imagen de archivo. / AFP

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

Tradicionalmente la llegada del GP de Bélgica en el majestuoso circuito de Spa siempre es un motivo de alborozo para los aficionados a la F1. El trazado de las Ardenas es uno de los más excitantes de todo el año. Pero la monotonía que Lewis Hamilton está imprimiendo a la temporada (4 victorias en 6 carreras) hace que esta prueba se presente como un trámite más, como otro capítulo a superar en el curso más atípico de los setenta años de historia de la F1.

Tras la firma del Pacto de la Concordia por parte de todos los equipos, una vez hemos sabido que Williams ya no pertenece a la familia de su fundador y después de conocer oficialmente cómo quedará el calendario de aquí a final de temporada, el máximo interés ahora se centra en saber cuándo será campeón el piloto de Mercedes y dónde acabará de explotar ese polvorín que es Ferrari. Ni las quejas de (casi) todo el paddock dirigidas hacia el diseño del Racing Point -claramente plagiado al del Mercedes- provocan emoción alguna en medio de esta salmodia con mascarilla, de ese mantra en el que la excitación de la ducha de cava se ha sustituido por un autofrotamiento de manos con gel hidroalcohólico.

La F1 tiene un problema: necesita volver a generar emoción, interés, ambiente, calidez para recuperar a esos aficionados que han huido de las pantallas de televisión hastiados por el escaso atractivo que les presentan ahora.

Por contrapartida, la situación en MotoGP es radicalmente distinta. Basta comparar las audiencias que tuvo la carrera de Styria en TVE frente a los datos de la carrera del Circuit o las 500 Millas de Indianápolis en Movistar, aun contando con el siempre interesante aliciente de la participación de un imán de masas como es Alonso.

Pero es que “lo de las motos” está siendo otra cosa. De nuevo, pero este año más por la forzada ausencia del gran favorito, del gran campeón. Porque un  Mundial sin Marc Márquez es como un Barça sin Messi. ¿A que no se hacen a la idea?

Como señaló el de Cervera el pasado fin de semana es como si sin él “nadie quisiera ganar este título”. Como el Cid, que ganaba batallas incluso muerto sobre su caballo, el multicampeón sigue imponiendo respeto aun habiéndose bajado de su moto. Es como si ahora que el campeonato ha perdido al ungido, nadie osara ocupar un trono cuyo asiento arde como esa patata caliente que va de mano en mano: cuatro ganadores distintos en cinco carreras, con tres marcas diferentes subiendo a lo más alto del podio, y con tres victorias obtenidas por motos de equipos satélite. Rebelión en la granja.

Hasta el momento 11 pilotos distintos han ocupado las 15 plazas de podio que hubo en juego; algo que no sucedía desde 1974. Una cifra que hace que en cinco carreras hayamos visto a más pilotos diferentes subir al podio de lo que sucedió en todo el año pasado, con 19 GP. Y, sin embargo, no se vislumbra un favorito al título. “No se puede ganar dos carreras seguidas y fracasar estrepitosamente a la siguiente”, comentó Márquez apuñalando a Quartararo, que tiene la oportunidad de su vida y que, por unas causas u otras, se está deshaciendo con mayor rapidez que las pastillas de freno y las válvulas de su moto.

Cuando parecía que Pol Espargaró iba a otorgar a KTM su primera victoria en MotoGP, esta llega con Brad Binder y Miguel Oliveira. Y, para redondearlo, Honda no ha subido aún al podio en lo que va de año, y su mejor resultado es un cuarto de Nakagami en Jerez. El mundo al revés.