Las cicatrices de la infancia o cuando patinar no es Disney

'Yo soy Tonya' es un retrato corrosivo del deporte de élite y el venenoso entorno de los niños prodigio

'Yo soy Tonya', cine basado en hechos reales

'Yo soy Tonya', cine basado en hechos reales / Yo soy Tonya

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Las heridas que más duelen no se ven a pleno día. Nos han educado para rebajar las intensidades. Nadie quiere caras tristes, nadie quiere lloros. Estamos aquí para el disfrute. Queremos que la ropa sucia se lave en casa. Nadie quiere verse reflejado en el desgarro de los otros. Todo el mundo se pone incómodo cuando alguien se desmorona. Nos exaspera ver a alguien sin voluntad. Cuando vemos en otros nuestros peores defectos sentimos una mezcla de malestar y pudor. 

Es como si airearan algo que sentimos muy íntimo. Una mirada de nosotros mismos que nos alivia pensar que no llega a los demás. Nos han educado para disimular las cicatrices. Pero nos sale regular. Ordenamos la casa tarde y mal cuando vienen invitados. Escondemos la porquería en el altillo. Hay polvo debajo de la alfombra y bichos de la humedad haciendo guardia. 

A lo mejor nadie sale indemne del todo de la familia. A lo mejor es inevitable que los hijos sean los síntomas de los padres una temporada. Pero también habría que darles un respiro: llega un momento que uno no puede seguir justificándose con traumitas del periodo lactante. Llega una edad que uno entiende que los padres no son solo padres, que también ellos están perdidos y hacen lo que pueden.

Esa huella familiar está muy presente en la película ‘Yo soy Tonya’ (Movistar+), basada en la historia real de la patinadora de hielo Tonya Harding, a quien su propio país terminó sentenciando como “basura americana”. Pero antes del linchamiento, todos hablaban de ella como se habla de las grandes figuras del país. “Las personas amaban a Tonya o la detestaban. Así como las personas aman a EE.UU o lo detestan. Tonya era totalmente estadounidense”.

El escándalo llegó cuando su entorno fue acusado de lesionar a su gran rival deportiva, Nancy Kerrigan, para impedir que participara en las pruebas de clasificación de los Juegos Olímpicos de Invierno. La historia podría seguir la lógica de niña prodigio convertida en juguete roto, pero el director Craig Gillespie rehúye el drama con dosis de humor negro. Aquí la ironía puede llegar a ser negrísima, con una memorable Allison Janney, pero, ¿a caso las mejores bromas no nacen de la crueldad? 

La película, rodada como un falso documental, ni confirma ni desmiente lo ocurrido con Tonya. No hay intención de juzgar a la protagonista y las declaraciones sobre lo ocurrido son tan contradictorias que ella misma reflexiona sobre la naturaleza de la verdad. “Mis enemigos siempre decían: Tonya, di la verdad ¡La verdad no existe! Cada uno tenemos nuestra verdad”. 

Margot Robbie está deslumbrante interpretando a Tonya en una cinta que es el reverso de esas películas que muestran el lado más noble del deporte. Aquí ni el arco del personaje es previsible ni uno sale del cine pensado en apuntar a patinaje artístico a su hija el día siguiente. “¡Soy la mejor patinadora de EE.UU! No quiero un maldito helado de vainilla”.

Frases así marcan el tono de la película. Porque lo que vemos no es amable. Es la lucha despiadada en el deporte de élite, el abuso de los padres y las diferencias de clase. 

“Nunca me disculparía por crecer pobre o por ser una campesina en un deporte donde unos malditos jueces quieren que seas una versión anticuada de lo que se supone que sea una mujer ¿Cuál es la impresión que tienen las personas de mí? Que soy una persona real”.

Los Reyes de la noche (Movistar+)

La nostalgia está de moda. También en las series, donde se ha convertido en un reclamo habitual para llegar al público. Ocurre en ‘Los Reyes de la noche’, donde se recrea la época más despiadada de la radio en España. La de García contra De la Morena, unos años donde había periodistas capaces de descolgar un teléfono para evitar que la competencia también tuviera al entrevistado.

Ocurre que aquí encontramos una historia inspirado en hechos reales, que no la pretensión de reflejar una realidad. Una premisa que, a pesar del gran trabajo de Javier Gutiérrez y de una trama con ritmo, hace que nos acerquemos con menos interés al retrato de los protagonistas.